La
mayoría de las políticas públicas que se llevan a cabo en los países de la
región para elevar el bienestar de los pobres urbanos han descuidado los
problemas de su integración a la sociedad, operando como si el sólo
mejoramiento de sus condiciones de vida los habilitara para establecer (o
re-establecer) vínculos significativos con el resto de su comunidad. Sólo en
los últimos años, y a medida que se constata la agudización de los problemas de
segmentación social que acompañan el despliegue de los nuevos modelos de
crecimiento, el discurso de académicos y responsables de políticas sociales
comienza a reflejar una preocupación por los problemas de aislamiento social de
los pobres urbanos y por los mecanismos que nutren y sostienen esas
situaciones, más allá de la consideración de sus apremios económicos y de sus
carencias específicas. En efecto, la incorporación en el léxico especializado
de las nociones de exclusión, desafiliación, desvalidación, fragmentación,
etc., revelan la inquietud por la creciente proporción de población que, además
de estar precaria e inestablemente ligada al mercado de trabajo, sufre un
progresivo aislamiento con respecto a las corrientes principales de la
sociedad.
Dicho
fenómeno, cualquiera que sea el término que se le aplique, implica vínculos
frágiles —y, en el extremo, inexistentes- con las personas e instituciones que
orientan su desempeño por las normas y valores dominantes en la sociedad en un
determinado momento histórico. Una virtud de estos enfoques es la incorporación
de la estructura social como elemento explícito del marco conceptual con que se
interpretan los fenómenos de pobreza. La localización de los pobres dentro de
esa estructura varía no sólo según la profundidad de las brechas que los
separan de otras categorías sociales en el mercado de trabajo, sino también
según los niveles de segmentación en cuanto a la calidad de los servicios de
todo tipo y los grados de segregación residencial. Estas consideraciones
permiten ampliar el campo de comprensión de los fenómenos de pobreza más allá
de los esquemas que la conciben como producto de las vicisitudes de la
economía, o como resultado del portafolio de recursos de los hogares y de su
capacidad de movilizarlos de manera eficiente, al mismo tiempo que abren
expectativas acerca de la posibilidad de formular políticas que atiendan dichos
fenómenos en forma más integral que en el pasado. En las notas que siguen
presentaré algunas hipótesis referidas a la naturaleza y determinantes del
aislamiento social de los pobres urbanos, con la esperanza que los resultados
de su puesta a prueba contribuyan a mejorar la eficacia de los programas
anti-pobreza. Demás está decir que, dado que todavía son muy escasas las
investigaciones sobre estos temas en los países de la región, la mayoría de
dichas hipótesis se encuentran en estado embrionario.
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