26 mar 2014

Crítica del intelectualismo kantiano.




Dilthey está convencido de que la teoría del conocimiento kantiana es algo rígido y muerto, y afirma que «por las venas del sujeto conocedor construido por Locke, Hume y Kant no circula sangre verdadera, sino la delgada savia de la razón como mera actividad intelectual» [Introducción a las ciencias del espíritu: 6]. En efecto, Kant separa las estructuras del conocimiento de la conexión viva de la conciencia, reduciendo la vida y su procesualidad temporal a mera manifestación fenoménica. Para superar esta consideración reductiva del conocimiento, Dilthey se ve obligado a revisar el apriorismo kantiano, replanteando el sistema trascendental de las categorías sobre una base distinta [Crítica de la razón histórica: 91, 196; Hegel y el idealismo: 53–4], que no cree un hiato entre la experiencia sensible y el intelecto.
A su modo de ver, tanto la distinción kantiana entre intuición y pensamiento —es decir, entre sensibilidad y entendimiento—, como la separación entre materia (Stoff) y forma (Form) del conocimiento, desgarran innecesariamente su conexión viva [Psicología y teoría del conocimiento: 201–2]. Dilthey postula, por el contrario, que no existe discontinuidad entre la sensibilidad, el intelecto y la razón. La forma del conocimiento nos viene dada junto con las sensaciones e impresiones. No es un orden extrínseco que se añade a la experiencia, sino que el orden está contenido en la naturaleza de la experiencia misma. Dilthey «ve en todas partes la forma implícita en el contenido» [Makkreel 1992: 126]. Desde su punto de vista, el proyecto kantiano de fundamentar en modo incondicionado el saber sobre categorías formales, verdaderas a priori, resulta una ilusión. Para Dilthey, la imposibilidad de esta tentativa reside en el hecho de que el pensamiento no es una realidad incondicionada, sino que todo saber y todo conocimiento se encuentran bajo las condiciones generales de la experiencia, que es irreductible a puro pensamiento. No existen formas de la sensibilidad o categorías del intelecto pertenecientes a un yo trascendental, previas a toda experiencia posible, sino que éstas se encuentran radicadas en la realidad, o sea, en la vida misma, que las fundamenta y sostiene. Dicho con otras palabras, la legalidad de la razón no es independiente de la experiencia. Por eso, no habrá que buscar las condiciones de posibilidad del conocimiento en las estructuras de un yo trascendental, sino en la experiencia misma, porque en ella están contenidas.
Dilthey piensa que lo único verdadero a priori son los hechos tal y como éstos se nos manifiestan en la conciencia, porque «es a priori no lo que antecede a la experiencia sino lo que constituye un aspecto de la misma, no lo que constituye la materia del conocimiento sino lo que trae la forma del mismo» . Y así, la característica principal del a priori será ser aquello que «no <es> buscado tras la experiencia sino en la experiencia, no precediendo a la experiencia sino como un aspecto que se desenvuelve en el proceso de la experiencia y está presente en la misma». Por tanto, «los conceptos de que se sirve la teoría del conocimiento son abstracciones de la experiencia y del saber empírico. No hay que comprenderlos genéticamente sino que son abstraídos de la consistencia que ofrece el nexo de la experiencia. No designan una “disposición” del espíritu que estuviera ahí antes de la experiencia sino un aspecto de la misma, que constituye la condición para que se enlacen las impresiones que se presentan en el sentido externo» [De Leibniz a Goethe: 338].
El contenido de la vida —la vivencia (Erlebnis)— es el fundamento último del conocimiento, más allá del cual no es posible ir [De Leibniz a Goethe: 338]. Las categorías del conocimiento se fundamentan en la experiencia vital (Lebenserfahrung). La experiencia es siempre algo vivo, porque se constituye en la conexión de los estados anímicos del hombre, que no se pueden reducir a su mera conexión racional. El análisis de la experiencia busca iluminar y delimitar las propiedades de dicha experiencia que, sólo a posteriori, son asumidas por la razón como categorías del pensamiento [Psicología y teoría del conocimiento: 243; Crítica de la razón histórica: 184–5, 196–7]. Se trata, por tanto, de categorías que Dilthey no duda en llamar «categorías reales» (reale Kategorien) [Hegel y el idealismo: 54; El mundo histórico: 216; Gesammelte Schriften 19: 361] o «categorías de la vida» (Lebenskategorien) [Crítica de la razón histórica: 184], en contraposición a las categorías a priori, pues han sido sacadas de la vida misma [Psicología y teoría del conocimiento: 368]. Ejemplos de categorías reales son las ideas de conexión, estructura, sentido, significado, etc. Estas categorías se encuentran inseparablemente unidas a un contenido de experiencia, y por tanto no pueden ser jamás meramente formales.
Para intentar explicar el carácter radical de la experiencia vital, Dilthey compara los hechos de conciencia —que son la materia que constituye la experiencia— a los axiomas fundamentales de las matemáticas. Del mismo modo como dichos axiomas fundamentan la verdad de las proposiciones que de ellos se extraen, sin que a su vez puedan ser demostrados o deducidos a partir de otras proposiciones, la experiencia vital posee carácter último [Gesammelte Schriften 19: 24]. Las categorías reales, extraídas de la experiencia, son el fundamento de una lógica y una teoría del saber que puede aplicarse tanto al ámbito teorético y al práctico, como al campo de la estética. Éstas se pueden referir «lo mismo al conocimiento de la realidad que a la fijación de valores, a la adopción de fines y al establecimiento de reglas» [El mundo histórico: 50].
Y así, la filosofía diltheyana se mueve en sentido contrario al trascendentalismo kantiano [Ortega y Gasset 1983: 190]. Es decir, Dilthey no vuelve sus pasos hasta Kant (zurück zu Kant), como hacen los neokantianos, con el objeto de aplicar a las ciencias humanas el esquema que Kant desarrolló teniendo en mente las ciencias de la naturaleza, sino más bien su objetivo es superar el horizonte de experiencia kantiano (Fortgang über Kant) [De Mul 1996: 80-103].

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