Siguiendo una
estructura análoga a quienes hablaron de tres grandes estadios o concepciones
del mundo, Hegel, Kierkegaard y Comte —pero salvando la distancia que existe
entre sus respectivos pensamientos—, Dilthey distingue tres cosmovisiones a
partir de las cuales los seres humanos de todos los tiempos han tratado de
hacer frente a las preguntas sobre la vida y la muerte: la religiosa, la
poética y la metafísica. La cosmovisión religiosa fue, según Dilthey, la que
esgrimió el hombre primitivo para enfrentarse a los grandes enigmas de la vida:
la enfermedad, las catástrofes, la vejez, la muerte propia y la de los seres queridos...
Puesto que la solución a estos problemas quedaba absolutamente fuera de su
alcance, el culto, los rezos y las ofrendas a las divinidades se erigieron en
la manera más efectiva a la hora de tratar de interceder ante las deidades que
tenían el poder para resolverlos. Así aparecieron el sacerdote y el hechicero,
cuya misión fue desde un principio la de ejercer de intermediarios entre los
seres humanos —indefensos y débiles— y los dioses, unos entes, estos últimos,
que se presentaban —en palabras de Dilthey— como seres invisibles y
poderosos: <<La eficacia de lo invisible es la categoría
fundamental de la vida religiosa elemental>>.
Pero el
caminar del hombre por la historia pronto necesitó de una actitud más libre
ante la vida y el mundo. La cosmovisión poética aparece, así, no con la
pretensión de influir en la realidad —como es el caso de los sacerdotes o
hechiceros primitivos— ni de conocerla —como es el caso de la ciencia— sino de
comprenderla. La poesía libera al ser humano de su indefensión precedente;
ensancha sus horizontes y le abre los ojos a una realidad ante la que se
siente, de alguna manera, fortalecido merced a esta nueva actitud: <<La significación de la obra de arte reside en que una cosa singular,
dada en los sentidos, se separa del nexo de la producción y la acción y se
eleva a expresión ideal de las relaciones vitales>>.
El poeta, el
artista se asoma a todo lo que la vida tiene de encanto, profundidad, belleza y
perdición para interpretarlo según su propia sensibilidad y transmitirlo a sus
semejantes por medio de la obra de arte. No obstante, la cosmovisión poética
tampoco es, a juicio de Dilthey, el último eslabón en la cadena que conduce a
la respuesta a la gran pregunta de la vida. Toda visión del mundo aspira a
convertirse en un saber significativo, perdurable y universalmente válido, una
gloria que únicamente está reservada a la metafísica. Esta aparece cuando la
concepción del mundo se ha fundado científicamente a través de conceptos y se
presenta con pretensión de validez universal. Puede decirse que la cosmovisión
metafísica aspira, en opinión de Dilthey, a dirigir la sociedad humana a través
del pensamiento: <<Por esto, cada gran sistema metafísico es como un
foco de muchos rayos, que ilumina todas las partes de la vida a que pertenece>>.
Dilthey
distingue tres tipos fundamentales de metafísica: el naturalismo, el idealismo
de la libertad y el idealismo objetivo. Cada uno de estos tres tipos de
metafísica corresponde a una forma de situarse ante la vida, a un determinado
enfoque de la realidad. Esta es la caracterización que Dilthey hace de cada uno
de ellos:
El naturalismo:
esta primera visión de la vida viene determinada por el carácter natural tanto
del cuerpo humano como de su entorno. El enfoque metafísico naturalista parte,
según Dilthey, de la sensualidad y del deseo de satisfacer el instinto animal
presentes en todo ser humano: <<Tan antiguo como la humanidad misma es un modo de
ver y tratar la vida, que cierra su ciclo en la satisfacción de los instintos
animales y en la sumisión al mundo exterior, del que se nutren. En el hambre,
en el impulso sexual, en el envejecimiento y en la muerte se ve el hombre
sometido a los poderes demoníacos de la vida natural. Es naturaleza (...) Su
grito de guerra es la emancipación de la carne (...) El goce de la jerarquía y
el honor>>. Para
Dilthey, la materia es un fenómeno de la conciencia; por tanto, una filosofía
que invierta los términos y haga derivar la conciencia de la materia está
destinada al fracaso. Entre los ilustres integrantes del naturalismo, Dilthey
menciona a Demócrito, Epicuro, Lucrecio, Protágoras, Hobbes, los
enciclopedistas, el materialismo moderno, Comte y Avenarius.
El idealismo
de la libertad: esta cosmovisión parte de la absoluta supremacía del espíritu
sobre la materia, por lo que la conciencia se sitúa en el centro de su
metafísica: <<El idealismo de la libertad es una creación del
espíritu ateniense (...) Se caracteriza por una sobria grandeza heroica (...)
Se renovará en toda gran naturaleza activa (...) Su potencia es indestructible,
y sólo cambian sus formas y pruebas>>. El problema ético, el
tema de la voluntad y una visión teleológíca de la realidad son los puntos
cardinales del idealismo de la libertad, una cosmovisión en la que la
existencia de Dios aparece como postulado básico de la libertad y de la inmortalidad.
Kant, Anaxágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Jacobi, Fichte,
Bergson y los Padres de la Iglesia serían sus representantes más destacados.
El idealismo
objetivo: Este tipo de metafísica, cuyo principal representante en la filosofía
moderna es Hegel, presenta una actitud contemplativa, expectante, estética y
artística frente a la vida. Se trata de una cosmovisión monista y determinista,
en la que lo individual se encuentra determinado por la totalidad y en la que
el sujeto queda envuelto en una especie de simpatía universal: <<En virtud de esta ampliación de nosotros mismos en la simpatía
universal, llenamos y vivificamos la realidad entera mediante los valores que
sentimos, la actividad en que desplegamos nuestras energías vitales, las ideas
supremas de lo bello, lo bueno y lo verdadero>>. El idealista objetivo
es, ante todo, un esteta que experimenta el sentimiento, la alegría de vivir y
se siente pletórico de energía. Sus máximos exponentes son, además de Hegel,
Heráclito, Parménides, los estoicos, Averroes, Nicolás de Cusa, Giordano Bruno,
Leibniz, Spinoza, Herder, Schelling, Schopenhauer, Schleiermacher, Goethe y
pensadores de la India y China.
Según
Dilthey, todo individuo se encuentra bajo el influjo de alguna de estas tres
visiones del mundo, que son, en su opinión, irreductibles entre sí. Estas
concepciones muestran que la metafísica es imposible e inevitable a la vez:
imposible porque no es dado al ser humano determinar la unidad última de
ninguna de ellas; inevitable porque el hombre (y la mujer) anda siempre
buscando y adoptando actitudes frente al enigma de la vida. Dilthey no se
decantó por ninguna de las tres metafísicas, afirmando que en cada una de ellas
hay una parte de verdad: <<Me sentía afanosamente atraído tan pronto a este
grupo como a aquél y trataba, con el mayor coraje, de mantener mi unidad (...)
La verdad se halla presente en todas ellas>>.
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