10 oct 2013

FEDERICO NIETZSCHE


NIETZSCHE nunca jugó por la Unión Española, como creen algunos, pues vivió en la segunda mitad del siglo pasado. Federico era un hombre alto, de espaldas enormes, de mostachos impresionantes, pero tímido como un colegial y enfermizo como tía solterona. Gran parte de su vida la pasó viajando en busca de un clima que le hiciera bien para algo: iba a la playa para que le bajara la presión; subía a la montaña para que se le murieran los bacilos de Koch; se trasladaba a las termas para curarse el reumatismo, y después volvía a su casa para descansar los nervios, deshechos con tanto trajín. Al cabo de dos meses volvía a empezar: la playa, la montaña, las termas, etc.
En sus viajes, llevaba Nietzsche dos maletas, una con remedios y otra con libros. No dicen sus biógrafos si llevaba calcetines y ropa interior para mudarse. Quizá sea ésa la explicación de su vida solitaria.
Nietzsche admiraba a los filósofos presocráticos y especialmente a Heráclito, por su amor a la guerra y a la lucha. En cambio, a Sócrates, Platón y Aristóteles los dejó a la altura del punto, porque le dieron mucha importancia a la moral. Por este mismo motivo despreció a Kant, pues en esos años todavía se creía que el imperativo categórico era útil para decidir qué es lo bueno y qué es lo malo.

La personalidad de Nietzsche era aún más compleja que la de Schopenhauer. Este se limitaba a ser agresivo, a causa de su condición de hijo único, mientras que Nietzsche tenía un Complejo de Inferioridad Compensado. La gente que tiene un complejo de inferioridad —por su estatura, su calvicie, su barriga o cualquier otro motivo— tiende a compensarlo desarrollando alguna cualidad: Julio César era calvo2; y Napoleón, cuando se compraba ropa, tenía que ir a la Sección Niños. Uno y otro compensaron su sentimiento de inferioridad arrasando a Europa, con lo que conquistaron la admiración de las generaciones posteriores.
Nietzsche compensó su complejo elaborando una teoría cuyo núcleo es un hombre fuerte, inteligente y audaz, con el cual se identificó: el superhombre. Pero este superhombre no se parece a Superman ni al jovencito de la película, pues ellos tienen buenos sentimientos, lo que según Nietzsche es una debilidad. El superhombre de Nietzsche corresponde más bien, en lenguaje cinematográfico, al jefe de los bandoleros: fuerte, inteligente y capaz de descerrajarle cinco tiros a quemarropa a un anciano bondadoso, sin perder la sonrisa de los labios.

Nietzsche gozaba imaginándose en esas actitudes, pero él no hizo jamás nada parecido. Al contrario, parecía más bien una anciana romántica. Su timidez era tal, que, cuando alguna joven lo detenía en la calle para preguntarle la hora, él tartamudeaba durante tanto rato para contestarle, que la joven se aburría y se iba. Jamás se atrevió a conquistar a una mujer, y murió sin saber lo que es canela. Sin embargo, en sus libros hablaba de la mujer como lo haría un gran conocedor: “La mujer tiene muchos motivos para avergonzarse —decía—; en la mujer hay mucha superficialidad, pedantería, suficiencia, presunciones ridículas, licencia e indiscreción oculta…” Pero su frase lapidaria era ésta: “¿Vas con una mujer? No olvides tu látigo”.
Como se ve, era muy poco realista. Más acertado habría sido decir: “¿Vas con una mujer? No olvides tu billetera”.
En sus obras, Nietzsche les lanzó muchas flores a las mujeres, sin sacarlas del florero. Pero sus blancos favoritos eran el cristianismo y el socialismo. Las doctrinas cristiana y socialista enseñan que todos los hombres son iguales, mientras que, según Nietzsche, los hombres se dividen en dos clases: los superhombres —fuertes, inteligentes y crueles— y los hombres corrientes, cuya vida no tiene otra finalidad que servir a la clase superior1. Además, el cristianismo y el socialismo persiguen realizar ideales de fraternidad y de justicia, que son, según Nietzsche, debilidades abominables. Al cristianismo lo llamaba “una moral de esclavos”.

Además, Nietzsche era profundamente nacionalista, por lo que atacó dura‐mente lo que él llamaba “el cristianismo internacional”.
En 1888, Nietzsche se volvió loco y fue necesario internarlo en un manicomio, donde escribió sus principales obras. Sus admiradores dicen que las escribió en ratos lúcidos. De esta opinión es Hitler, quien dedica al filósofo las siguientes palabras en su libro “Mein Kampf”:
“¿Cómo habría podido un loco escribir pensamientos de una lógica y una profundidad tan extraordinarias? ¡Ah, Nietzsche, qué felicidad leer esas maravillosas páginas en que pronosticas un siglo de grandes guerras, en que los hombres inferiores morirán por millones! ¡Cuánta razón tenías, Maestro Nietzsche, al decir que no hay felicidad mayor que vivir intensa y peligrosamente, y al ensalzar la excelencia del odio, ese sentimiento sublime, noble y viril! ¡Ah, qué lástima que ya no existas! Me imagino, si vivieras ahora, el alegrón que tendrías si te llevara a dar una vueltecita por mis campos de concentración”.

El año 1900, al asomar la nariz el siglo de grandes guerras que alegremente había profetizado, Nietzsche, el Apóstol de la Desigualdad, murió.

En su tumba, en una tosca lápida de piedra, hay grabada una frase suya: “Odiaos los unos a los otros”.

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