NIETZSCHE nunca jugó por la Unión Española,
como creen algunos, pues vivió en la segunda mitad del siglo pasado. Federico
era un hombre alto, de espaldas enormes, de mostachos impresionantes, pero
tímido como un colegial y enfermizo como tía solterona. Gran parte de su vida
la pasó viajando en busca de un clima que le hiciera bien para algo: iba a la
playa para que le bajara la presión; subía a la montaña para que se le murieran
los bacilos de Koch; se trasladaba a las termas para curarse el reumatismo, y
después volvía a su casa para descansar los nervios, deshechos con tanto
trajín. Al cabo de dos meses volvía a empezar: la playa, la montaña, las
termas, etc.
En sus viajes, llevaba Nietzsche dos maletas,
una con remedios y otra con libros. No dicen sus biógrafos si llevaba
calcetines y ropa interior para mudarse. Quizá sea ésa la explicación de su
vida solitaria.
Nietzsche admiraba a los filósofos
presocráticos y especialmente a Heráclito, por su amor a la guerra y a la
lucha. En cambio, a Sócrates, Platón y Aristóteles los dejó a la altura del punto,
porque le dieron mucha importancia a la moral. Por este mismo motivo despreció
a Kant, pues en esos años todavía se creía que el imperativo categórico era
útil para decidir qué es lo bueno y qué es lo malo.
La personalidad de Nietzsche era aún más
compleja que la de Schopenhauer. Este se limitaba a ser agresivo, a causa de su
condición de hijo único, mientras que Nietzsche tenía un Complejo de
Inferioridad Compensado. La gente que tiene un complejo de inferioridad —por su
estatura, su calvicie, su barriga o cualquier otro motivo— tiende a compensarlo
desarrollando alguna cualidad: Julio César era calvo2; y Napoleón, cuando se
compraba ropa, tenía que ir a la Sección Niños. Uno y otro compensaron su
sentimiento de inferioridad arrasando a Europa, con lo que conquistaron la
admiración de las generaciones posteriores.
Nietzsche compensó su complejo elaborando una
teoría cuyo núcleo es un hombre fuerte, inteligente y audaz, con el cual se
identificó: el superhombre. Pero este superhombre no se parece a Superman ni al
jovencito de la película, pues ellos tienen buenos sentimientos, lo que según
Nietzsche es una debilidad. El superhombre de Nietzsche corresponde más bien,
en lenguaje cinematográfico, al jefe de los bandoleros: fuerte, inteligente y
capaz de descerrajarle cinco tiros a quemarropa a un anciano bondadoso, sin
perder la sonrisa de los labios.
Nietzsche gozaba imaginándose en esas
actitudes, pero él no hizo jamás nada parecido. Al contrario, parecía más bien
una anciana romántica. Su timidez era tal, que, cuando alguna joven lo detenía
en la calle para preguntarle la hora, él tartamudeaba durante tanto rato para
contestarle, que la joven se aburría y se iba. Jamás se atrevió a conquistar a
una mujer, y murió sin saber lo que es canela. Sin embargo, en sus libros
hablaba de la mujer como lo haría un gran conocedor: “La mujer tiene muchos
motivos para avergonzarse —decía—; en la mujer hay mucha superficialidad,
pedantería, suficiencia, presunciones ridículas, licencia e indiscreción oculta…”
Pero su frase lapidaria era ésta: “¿Vas con una mujer? No olvides tu látigo”.
Como se ve, era muy poco realista. Más
acertado habría sido decir: “¿Vas con una mujer? No olvides tu billetera”.
En sus obras, Nietzsche les lanzó muchas
flores a las mujeres, sin sacarlas del florero. Pero sus blancos favoritos eran
el cristianismo y el socialismo. Las doctrinas cristiana y socialista enseñan
que todos los hombres son iguales, mientras que, según Nietzsche, los hombres
se dividen en dos clases: los superhombres —fuertes, inteligentes y crueles— y
los hombres corrientes, cuya vida no tiene otra finalidad que servir a la clase
superior1. Además, el cristianismo y el socialismo persiguen realizar ideales
de fraternidad y de justicia, que son, según Nietzsche, debilidades abominables.
Al cristianismo lo llamaba “una moral de esclavos”.
Además, Nietzsche era profundamente
nacionalista, por lo que atacó dura‐mente lo que él llamaba “el cristianismo
internacional”.
En 1888, Nietzsche se volvió loco y fue
necesario internarlo en un manicomio, donde escribió sus principales obras. Sus
admiradores dicen que las escribió en ratos lúcidos. De esta opinión es Hitler,
quien dedica al filósofo las siguientes palabras en su libro “Mein Kampf”:
“¿Cómo habría podido un loco escribir pensamientos
de una lógica y una profundidad tan extraordinarias? ¡Ah, Nietzsche, qué
felicidad leer esas maravillosas páginas en que pronosticas un siglo de grandes
guerras, en que los hombres inferiores morirán por millones! ¡Cuánta razón
tenías, Maestro Nietzsche, al decir que no hay felicidad mayor que vivir
intensa y peligrosamente, y al ensalzar la excelencia del odio, ese sentimiento
sublime, noble y viril! ¡Ah, qué lástima que ya no existas! Me imagino, si
vivieras ahora, el alegrón que tendrías si te llevara a dar una vueltecita por
mis campos de concentración”.
El año 1900, al asomar la nariz el siglo de
grandes guerras que alegremente había profetizado, Nietzsche, el Apóstol de la
Desigualdad, murió.
En su tumba, en una tosca lápida de piedra, hay grabada una frase
suya: “Odiaos los unos a los otros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario