BACON
nació en un ambiente distinguido, entre lores y ladies and gentlemen, de manera
que apenas pasó la primera infancia —en que los modales son muy democráticos—
comenzó a caminar, hablar y gesticular como un lord.
El que nace
entre los poderosos no puede evitar las distinciones, por tarado que sea, y,
como Bacon no tenía un pelo de tonto, a los veinticinco años ya era miembro del
Parlamento. Después ascendió al cargo de Guardasellos del Rey, queera
filatélico, y posteriormente alcanzó el grado máximo de su carrera —Lord Canciller—,
del que lo echaron por prevaricador y coimero. Cosas así ocurren hasta en las
mejores familias.
Como
no pudo continuar su carrera política, Bacon decidió buscar otra actividad que,
como la anterior, le permitiera vivir sin trabajar. Así, pues, se dedicó a la
filosofía y a la investigación científica. En filosofía se destacó como
fundador del moderno método inductivo o experimental.
Dediquemos
dos palabras a explicar en qué consiste.
Hay
en filosofía dos importantes métodos el deductivo y el inductivo. El primero va
de lo general a lo particular. Es el que aplica Sherlock Holmes, quien, al ver
que su cliente tiene tierra en los zapatos, formula mentalmente este silogismo:
“Toda
la gente que camina por el parque se llena de tierra los zapatos.
“Este
hombre tiene los zapatos con tierra.
“Luego,
este hombre caminó por el parque”.
Entonces
da una pitada a su pipa, y dice, ante el asombro del ingenuo Dr. Watson:
—¡Hum,
deduzco que usted vive al otro lado del parque, y que ha venido a mi
oficina caminando!
El
método inductivo o experimental, en cambio, va de lo particular a lo general.
Bacon no hacía “deducciones”, como Holmes, sino “inducciones”. Así, por
ejemplo, después de innumerables “experiencias”, consistentes en caminar por el
parque con los zapatos recién lustrados, comprobó que, de cada cien veces que realizaba
este “experimento” (así lo llamaba él), cien veces terminaba con los zapatos inmundos. De estos casos
particulares infería una ley de validez general, que formulaba así “Toda la
gente que camina por el parque se ensucia los zapatos”. Después de este genial
descubrimiento se sentía autorizado para decir con tono profético a quienes
veía caminando por el parque:
—¡Hum,
induzco que usted se va a llenar de tierra los zapatos!
Este
sencillo ejemplo explica por qué no tuvieron éxito los cuentos policiales que
escribió Bacon.
Como
científico, el pobre Bacon fue menos afortunado qué como filósofo, aunque hay
que reconocerle un gran mérito: no inventó el refrigerador, pero estuvo a
punto. Pensaba, acertada‐mente, que el frío impide la
putrefacción, y para demostrarlo, sacó un pollo de la olla y lo llenó de nieve.
Para esto tuvo que salir de la cocina al patio mientras nevaba. Allí estuvo
algunos minutos recogiendo nieve e introduciéndole en el pollo por las orejas o
por alguna otra parte—, hasta que el pollo estuvo a un pelo de reventar.
Después estornudó, entró a la casa, volvió a estornudar, sintió un escalofrío, le subió la fiebre, se acostó, se tomó un vaso de chicha con
naranja y dijo:
—¡Mañana
estaré bien!
A
los funerales asistió la flor y nata de la aristocracia inglesa.
¿Y
el pollo con nieve?
En la confusión se olvidaron de él, y
tuvieron que pasar doscientos años más para que alguien con mejor salud
inventara el refrigerador.
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