10 oct 2013

SIR FRANCIS BACON


BACON nació en un ambiente distinguido, entre lores y ladies and gentlemen, de manera que apenas pasó la primera infancia —en que los modales son muy democráticos— comenzó a caminar, hablar y gesticular como un lord.

El que nace entre los poderosos no puede evitar las distinciones, por tarado que sea, y, como Bacon no tenía un pelo de tonto, a los veinticinco años ya era miembro del Parlamento. Después ascendió al cargo de Guardasellos del Rey, queera filatélico, y posteriormente alcanzó el grado máximo de su carrera —Lord Canciller—, del que lo echaron por prevaricador y coimero. Cosas así ocurren hasta en las mejores familias.
Como no pudo continuar su carrera política, Bacon decidió buscar otra actividad que, como la anterior, le permitiera vivir sin trabajar. Así, pues, se dedicó a la filosofía y a la investigación científica. En filosofía se destacó como fundador del moderno método inductivo o experimental.

Dediquemos dos palabras a explicar en qué consiste.
Hay en filosofía dos importantes métodos el deductivo y el inductivo. El primero va de lo general a lo particular. Es el que aplica Sherlock Holmes, quien, al ver que su cliente tiene tierra en los zapatos, formula mentalmente este silogismo:
“Toda la gente que camina por el parque se llena de tierra los zapatos.
“Este hombre tiene los zapatos con tierra.
“Luego, este hombre caminó por el parque”.
Entonces da una pitada a su pipa, y dice, ante el asombro del ingenuo Dr. Watson:
—¡Hum, deduzco que usted vive al otro lado del parque, y que ha venido a mi oficina caminando!

El método inductivo o experimental, en cambio, va de lo particular a lo general. Bacon no hacía “deducciones”, como Holmes, sino “inducciones”. Así, por ejemplo, después de innumerables “experiencias”, consistentes en caminar por el parque con los zapatos recién lustrados, comprobó que, de cada cien veces que realizaba este “experimento” (así lo llamaba él), cien veces terminaba con los zapatos inmundos. De estos casos particulares infería una ley de validez general, que formulaba así “Toda la gente que camina por el parque se ensucia los zapatos”. Después de este genial descubrimiento se sentía autorizado para decir con tono profético a quienes veía caminando por el parque:

—¡Hum, induzco que usted se va a llenar de tierra los zapatos!
Este sencillo ejemplo explica por qué no tuvieron éxito los cuentos policiales que escribió Bacon.

Como científico, el pobre Bacon fue menos afortunado qué como filósofo, aunque hay que reconocerle un gran mérito: no inventó el refrigerador, pero estuvo a punto. Pensaba, acertadamente, que el frío impide la putrefacción, y para demostrarlo, sacó un pollo de la olla y lo llenó de nieve. Para esto tuvo que salir de la cocina al patio mientras nevaba. Allí estuvo algunos minutos recogiendo nieve e introduciéndole en el pollo por las orejas o por alguna otra parte—, hasta que el pollo estuvo a un pelo de reventar. Después estornudó, entró a la casa, volvió a estornudar, sintió un escalofrío, le subió la fiebre, se acostó, se tomó un vaso de chicha con naranja y dijo:

—¡Mañana estaré bien!
A los funerales asistió la flor y nata de la aristocracia inglesa.
¿Y el pollo con nieve?

En la confusión se olvidaron de él, y tuvieron que pasar doscientos años más para que alguien con mejor salud inventara el refrigerador.

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