NACIÓ en Inglaterra en 1478, de padres tan
distraídos, que olvidaron bautizarlo. Por eso las vecinas del barrio, cuando
veían pasar a Tomasito, comentaban:
—¡Pobrecito el niñito! ¡Tan bonito, y pensar
que está “moro”!
Desde entonces lo llamaron Tomás el Moro, o,
simplemente, Tomás Moro.
Después que aprobó el Bachillerato, ingresó a
la Universidad de Oxford, donde, no satisfecho con las enseñanzas que recibía,
decidió estudiar griego por su cuenta. Pero, como en esa época era muy mal
visto que un joven inglés estudiara griego —lengua que hablaban los detestables
ortodoxos—, lo pusieron de patitas en la calle.
La expulsión desorientó a Moro, y durante
algún tiempo no supo qué hacer, hasta que decidió seguir la profesión de su
padre, que era abogado; pero éste se opuso:
—Prefiero que seas una persona honrada —le
dijo.
Pero Tomás ya había tomado su decisión. Entró
a una universidad donde no conocían su afición al griego y estudió con Ahínco y
otros compañeros de curso, hasta que sacó su cartón de rábula.
Como era empeñoso, Moro se destacó
rápidamente, y para surgir con mayor celeridad aún, ingresó a un partido
político de centro, pues éstos siempre o casi siempre están en el gobierno. Cuando
cumplió veintisiete años, ya era miembro del Parlamento. Desde allí se dedicó a
hacer oposición al rey Enrique VII, a ver si éste, para silenciarlo, le daba un
ministerio, pero el monarca, que era muy ejecutivo, prefirió encerrarlo en un
calabozo.
En 1509 murió Enrique VII y le sucedió Enrique
VIII. Moro se dijo entonces: “¡A rey muerto, rey puesto!”
Le escribió al rey una carta en que le decía
lo siguiente:
Amado monarca: ardo en deseos de colaborar con
vos en vuestro reinado, y he aquí que mis deseos se estrellan contra los muros
de granito entre los cuales me encuentro, debido alas malvadas intrigas de
ciertos rufianes que me malquistaron con vuestro augusto padre. (¡El rey ha
muerto! ¡Viva el rey!) De vos depende liberarme para poner a vuestro servicio
mi conocimiento de las leyes y de las humanas debilidades. Y, si vos no deseáis
emplearme en esa forma, sabed que mi saliva contiene un poderoso detergente que
dejará vuestras medias más blancas.
Beso a V. M. los pies.
TOMMY.
Enrique VIII le contestó su carta con otra, en
que le comunicó que había dado orden de ponerlo en libertad inmediatamente, y
en que, además, le decía que desde ya lo consideraba un buen amigo, y que, por
lo tanto, podía suprimir el tratamiento de “Vuestra Majestad” que había
empleado en su carta. Y terminaba diciendo: “Llámeme VIII no más”.
En poco tiempo, con su gran habilidad para
estar siempre a los pies del rey, Moro llegó a ser uno de los favoritos de
éste. Pero pronto surgieron dificultades, pues Enrique VIII era un gordito muy
pícaro y picado de la araña, mientras que Moro era un católico observante y
enemigo del divorcio.
Después de ocupar los más altos cargos, Tomás
se alejó de la corte molesto porque Enrique VIII estaba de novio con Ana
Bolena. Más tarde desairó al rey al no asistir al matrimonio de éste, pese a
que recibió un parte en que la Reina Madre invitaba “a Sir Tomás Moro y señora
al matrimonio de su hijo Enrique con la señorita Ana Bolena, que se
realizará en la Capilla del Palacio Real. Tiene igualmente el agrado de invitar
a usted y señora a un vino de honor que se servirá posteriormente en la Sala del Trono”.
Tomás Moro se limitó a enviar su regalo dos
adornos de madera tallada, con un paisaje y una leyenda. En uno se leía:
“Bienvenidos los que llegan a esta casa”; y en el otro: “La casa es chica, pero
el chuico es grande”.
Después de eso las cosas se precipitaron.
Enrique VIII se disgustó con el Papa, y exigió
al Parlamento que declarara la independencia religiosa de Inglaterra. Moro
frunció el ceño, expresando así involuntariamente su desaprobación, y el rey,
que había captado el gesto, se acercó a Moro y le preguntó:
—Sabéis qué le dijo el fósforo a la cajita?
—No, Majestad —repuso Moro—. ¿Qué le dijo?
—Le dijo “Por vos perdí la cabeza” —sentenció
el rey, y dirigió una mirada de inteligencia a sus guardias.
—En la madrugada siguiente, al despuntar el
alba, Moro fue decapitado.
A lo lejos se escuchaban los gritos del
pueblo, que celebraba jubiloso la Declaración de la Independencia Religiosa de
Inglaterra.
Antes de que el hacha del verdugo le
suprimiera las preocupaciones, Tomás Moro alcanzó a escuchar el clamor que
llegaba de lejos:
—¡Londres sí, Roma no!... ¡Londres sí, Roma
no!... ¡Londres sí, Roma no!
* * *
La obra fundamental de Moro es la famosa
“Utopía”, una especie de novela de cienciaficción, en que imagina una isla perdida en los mares del sur, en que
toda la gente vive feliz, porque reina la igualdad más absoluta. En la isla hay
medio ciento de ciudades todas iguales, con calles iguales, casas iguales y
gentes vestidas en la misma forma.
Las únicas diferencias que se mantienen en
Utopía son las que Dios ha dispuesto que existan entre el hombre y la mujer, (Vive
la petite différence!) y entre los amos y los esclavos
.
Algunas ideas del libro de Moro son novedosas y originales, como
la de eliminar en los hombres la sed de oro haciendo con este metal bacinicas y
otros objetos prosaicos. Otras ideas, en cambio, no son tan originales y
novedosas, como, por ejemplo, su proposición de que los novios se vean desnudos
antes de casarse.
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