ESTE filósofo alemán se llamaba Jorge
Guillermo Federico, pero, para abreviar, le decían: “ ¡Oye, ven acá!”
Enseñó filosofía en varias universidades alemanas,
y, tanto en su vida privada como en las teorías que elaboró, correspondió
perfectamente a la imagen que la mayoría de la gente tiene de los filósofos:
fue un viejo de aspecto severo, que hablaba en difícil y que escribía igual.
Nunca sonreía y jamás contó un chiste; ni siquiera en las ocasiones más
propicias para hacerlo, como son, por ejemplo, los velorios.
Los filósofos que ejercen mayor influencia en
una época son los que hablan muy claro y los que hablan muy obscuro. Los
primeros, si dicen algo interesante, encuentran discípulos entusiastas. En
cuanto a los segundos, no importa lo que digan, con tal que no se entienda y
que lo digan bien. Hegel cumplió estos dos requisitos a la perfección, y tuvo,
en consecuencia, una legión de seguidores.
En síntesis, las ideas de Hegel se refieren a
lo Absoluto, a la Idea Absoluta, al Ser Puro, a la identidad de lo Real con lo
Racional, a la unión del Ser con el No‐Ser; a la irracionalidad del Devenir, a
la Importancia del Agua en la Navegación, etc.
Como botón de muestra bastará la explicación
que los técnicos dan de la Idea Absoluta. Ella ha sido tomada de un librito de
divulgación titulado “Hegel al alcance de los legos”. Dicha explicación es la siguiente:
“La idea, como unidad de la idea subjetiva y objetiva, es la noción de la Idea
—una noción cuyo objeto es la Idea como tal, y para la cual lo objetivo es
Idea— un objeto que abraza todas las características en su unidad”.
Cuando sus alumnos escuchaban a Hegel hablar de ese modo se
quedaban embobados, sin entender una palabra, y exclamaban: “¡Ah, qué gran
filósofo!”.
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