ESTE filósofo era hijo de un vicario
pendenciero que perdió su cargo por darle una pateadura a otro vicario. Lo más
grave fue que la pateadura se la dio en una parte en que no se debe patear,
pues es sagrada. En efecto, lo pateó en la puerta de la iglesia.
Europa estaba entonces en plena efervescencia por
las luchas religiosas. A Hobbes le disgustaba profundamente esa situación, pues
le, recordaba la riña que protagonizó su padre por motivos teológicos.
Después del match de su padre, y por el
cual quedó cesante, el joven Hobbes tuvo que ir a vivir con un tío suyo de
regular fortuna, al que apodaban indistinta‐mente “El Traje de Torero”, “El
Tapa de Submarino” o “El Nudo de Columpio”*, por razones obvias.
Las riñas religiosas, que se sucedían sin
interrupción, hacían muy infeliz a Hobbes, que detestaba la violencia. Esta
situación le sugirió al pensador la necesidad de que existiera una autoridad
fuerte, que impidiera toda lucha interna, reli‐giosa o no.
Esta idea se desarrolló en el cerebro de
Hobbes tan rápidamente como un bebé bien alimentado, y al cabo de algún tiempo
se convirtió en un libro: “Leviatán”. Esta obra fue durante algún tiempo el best
seller de Londres y de toda la Isla, pero no porque a la gente le gustara,
sino, al contrario, porque escandalizó a todo el mundo con sus ideas
materialistas, deterministas, antirreligiosas y totalitarias.
El comentario general del público al terminar
de leer “Leviatán” era, casualmente, el mismo:
—¡Qué bestia! Sin embargo, los lectores
estaban equivocados. Hobbes no era un hombre rudo y violento, como ellos
creían, sino un hombre tranquilo, amante de la paz y del orden y tímido como un
conejo. Después de publicar un libro, se escondía don‐de nadie lo pudiera
encontrar para felicitarlo. En 1640 publicó un libro, y para evitar que lo
premiaran con una temporada gratis en la Torre de Londres, huyó de Inglaterra a
Francia. Y cuando en 1651 publicó “Leviatán”, abandonó rápidamente Francia,
para evitar que le otorgaran el Premio Literario de la Municipalidad de París,
que consistía en unas largas vacaciones pagadas en el Hotel “La Bastilla”.
La opinión de Hobbes sobre la religión solía disgustar a los
creyentes. El capítulo de “Leviatán” dedicado a la Iglesia Católica es tan
elocuente que la autoridad eclesiástica incluyó la obra en el Cuadro de Honor
del Índice de Libros de Lectura Prohibida.
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