26 ago 2016

EL ODI A LA FILOSOFIA


El odio a la Filosofía
ADOLFO VERA
Dr. en Filosofía Université de Paris VIII. Director Magíster en Filosofía. Director Núcleo de Investigación Arte y Nuevos Medios, Universidad de Valparaíso.


¿Qué se odia de la Filosofía?. Hoy se le odia por razones mucho más sutiles y por quienes muchas veces dicen defenderla: porque ella, en sus textos, no se comporta como el conocimiento científico hoy estandarizado por revistas que se enriquecen a costa de su prestigio obtenido en alianza con los poderes económicos más discutibles; porque con ella no se puede ayudar a terminar con el hambre en las poblaciones ni a aumentar el empleo ni a curar enfermedades; porque, en última instancia, no sirve para nada, y ello es su razón de ser, su felicidad y su más absoluta libertad.

Siempre la han odiado, desde que hace miles de años uno (Empédocles) se lanzó al cráter del Etna y otro (Sócrates) anduviera por las calles haciéndolas de tábano con sus preguntas insoportables acerca de la esencia de las cosas, e incluso de los dioses, por lo que se le obligaría a exiliarse, prefiriendo él beber la cicuta; y otro aún (Diógenes de Sínope) le dijera al mismísimo Alejandro –el dueño del mundo- que lo único que le pediría es que se mueva un poco pues su cuerpo  impedía que, sobre el suyo curtido por el aire marino, cayeran los rayos del sol. Sin olvidar que otro todavía (Platón), uno de los más grandes –otro más cercano a nosotros afirmó que lo que vino después no serían más que notas al pie de sus textos- dijo que lo visible era, en verdad, lo invisible, y que lo que menos se percibía era lo más real.

Siempre la han odiado. ¿Quiénes? Primero fueron los que, en el momento en que nacía, temieron de un saber que les obligaría a pensar lo suficiente en sí mismos como para olvidarse de sus pequeños asuntos cotidianos y encontrar, en ellos, un fondo difícil de digerir (como, por ejemplo, reconocerse como seres mortales, y llenos de prejuicios: la patria, el dinero, las posesiones materiales, la fama, el trabajo). Después, fueron los que, en una institución con vocación imperialista, la convirtieron en el saber que legitimaría esa vocación, obligándola a definir dogmas y jerarquías celestes. Entonces fue el mundo árabe el que la conservaría, acumulando una potencia que estallaría tiempo después para transformar –e interpretar, todo a la vez- al mundo. En el momento que se conoce como humanista, la filosofía brilló con aires aristocráticos, bajo el interés –y la protección económica y social- de princesas y nobles. Es la primera época de las “comunidades científicas”, en la que los filósofos ocupaban un lugar primordial. Este brillo, sin embargo, no estuvo exento del temor y la cautela ante los censores que ya habían demostrado que podían quemar y obligar a desmentirse (“eppur si muove”) a los más grandes (Descartes no publicó ya bien entrado el 1600 su tratado cosmológico en consideración a esa cautela). La gran época ilustrada, lo sabemos, terminaría mostrando no pocas oscuridades (es tal vez el gris de las fábricas mezclado con la brillantez cegadora de la luz eléctrica su tonalidad más propia): una de ellas es la de la legitimación estatal de la filosofía, cuando con el hegeliano francés Victor Cousin, a mediados del XIX, se empezará a considerar como fundamento de la laicicidad y del “espíritu republicano”. Así, la filosofía empezó a convertirse en un saber “formador”, con una utilidad concreta (cosa que, desde Aristóteles, rehuía con todas sus fuerzas): hacer de los jóvenes que accedían a la instrucción pública “mejores ciudadanos”. Con ello, ganaría muchas cosas, pero perdería otras tantas. Ganaría: la expansión planetaria de un saber reducido hasta entonces a los gabinetes de unos pocos sabios vinculados al clero y a la nobleza, pero también la aparición de un tipo de funcionario muy particular: el profesor de filosofía, cuyas obligaciones consistirán en lo fundamental en transmitir a los jóvenes este particular saber hasta entonces secreto. Perdería: la autonomía frente al Estado, la libertad de un pensador no-funcionario. En este tira y afloja entre libertad del pensamiento y responsabilidad del funcionario la filosofía atravesó –con una gran influencia social y cultural de sus mejores cabezas- el siglo XX, el siglo terrible. Entonces también se la odió, y mucho: el nombre del fenómeno epocal que más la odió –y la prohibió- es el de “fascismo”.

Pero pocas veces se la ha odiado tanto, y de manera tan transversal, como en estos años que son los nuestros. ¿Qué se odia de ella, hoy? Que haga que las personas se detengan, miren al cielo (uno de sus momentos inaugurales fue el de la risa de la criada ante la caída del viejo Tales en un hoyo de Mileto por ir mirando, justamente, al cielo), y dejen, por un rato, de “producir”; que en las mentes de los jóvenes empiecen a aparecer palabras como “desobediencia civil”, “superhombre”, “muerte de Dios”, “revolución”, “anarquismo” (¡horror de horrores!), y en sus manos libros con títulos sospechosos: “El anticristo”, “El manifiesto comunista”, “El ser y la nada”, entre los más difíciles de soportar; que permita que sus detentores, estudiantes y profesores, a veces –como el viejo Diógenes- renieguen de los bienes materiales, y no quieran (otro horror) formar una familia ni creer en la patria ni respetar a quienes se definen como autoridades; que ante aquellos que se dicen seguros de sí mismos, de su saber y profesión, pero ante todo de sus “verdades”, los que estudian filosofía –y ella no se deja nunca de estudiar- les miren con una sonrisa irónica y les hagan ver (o al menos lo intenten) cuán frágil es toda certeza y cuán precaria toda verdad. Se la odia hoy también por razones mucho más sutiles y por quienes muchas veces dicen defenderla: porque ella, en sus textos, no se comporta como el conocimiento científico hoy estandarizado por revistas que se enriquecen a costa de su prestigio obtenido en alianza con los poderes económicos más discutibles; porque con ella no se puede ayudar a terminar con el hambre en las poblaciones ni a aumentar el empleo ni a curar enfermedades; porque, en última instancia, no sirve para nada, y ello es su razón de ser, su felicidad y su más absoluta libertad.
“Temer a la muerte es creerse sabio sin serlo, presumir de saber algo que se ignora. Pues nadie conoce qué sea la muerte“. Sócrates.
André Gide: "Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán?". Cuánta verdad... ¿no creéis?
(La imagen es André Gide por Paul Albert Laurens, 1924)
LIBERTAD SIN ALAS
Nos ha gustado el punto de vista de Octavio Paz sobre la libertad: "La libertad, para realizarse, debe bajar a la tierra y encarnarse entre los hombres. No le hacen falta alas, sino raíces".
"No puedo volver al pasado porque era una persona distinta". Lewis Carroll
Pues también. Concentrémonos en lo que está por venir.

CREER

CONVIVIR

VALENTIA

LA LÓGICA DE ARENDT
Dijo la filósofa Hannah Arendt (1906-1975): "Una ideología es precisamente lo que su nombre indica: la lógica de una idea… la emancipación del pensamiento con respecto a la experiencia"
“La felicidad no es la falta de problemas, sino la habilidad para sobreponerte a ellos”. Firmado: Montesquieu, filósofo y pensador político francés (1689-1755). ¿Sí? ¿No?

La vulgarización de la cultura

“La rebelión de las masas” es una de las obras más conocidas de Ortega y Gasset. Con el objetivo de explicar la sociedad que  le tocó vivir, el filósofo español desarrolló una de las ideas clave de su pensamiento: el hombre-masa.

En su obra La rebelión de las masas, Ortega y Gasset exponía lo que opinaba de la época que le había tocado vivir desde su punto de vista: una realidad vacía, llena de apariencias pero sin profundidad, sin objetivos, protagonizada por uno de los conceptos más relevantes, curiosos y notables del padre del raciovitalismo: el hombre-masa.
¿Quién es el hombre-masa?

Es ni más ni menos que el conformista al que la vida le parece fácil, que se siente en control de la realidad que le rodea y que no se somete o siente sometido a nada ni a nadie. Es un individuo egoísta y mimado, un ser cuya máxima preocupación es sí mismo. Este también es el hombre del siglo XXI, preocupado por las tendencias y las apariencias, poco profundo.

“El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”.

¿Quién lo teme?

El gran temor es la imposición de la masa sobre el total de la sociedad, ya que esta masa alocada no ve más allá de sí misma, no respeta, no sigue. La masa se impone. Los que tradicionalmente se consideraban lujos reservados a unos pocos, se convierten ahora en los placeres a los que todos tienen acceso. La masa ya no va detrás, ahora se coloca en cabeza, viéndose a sí misma más merecedora, con una vida que es “más vida que todas las antiguas (…) el pasado íntegro que se le ha quedado chico a la humanidad actual”.

El hombre-masa es autosuficiente. “Por lo menos en la historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener «ideas» sobre las cosas. Tenía creencias, tradiciones, experiencias, proverbios (…) Nunca se le ocurrió oponer a las ideas del político otras suyas; ni siquiera juzgar las «ideas» (…)Hoy, en cambio, el hombre medio tiene las «ideas» más taxativas sobre cuanto acontece y debe acontecer en el universo. Por eso ha perdido el uso de la audición. ¿Para qué oír si ya tiene dentro cuanto le hace falta?”.

El triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa es lo que la hace constar, lo que la sitúa por encima de todo. Como si no respondiese a razones; posee todos los poderes. Él se lo guisa y él se lo come.

Con mucho sentido del humor y cierto grado de preocupación, Ortega se aventuró a definir otro tipo de ‘ejemplar’ propio de su tiempo y que se extiende hasta el presente: el especialista. Al explicar cómo es este individuo, se encuentra con que, en el pasado, era sencillo agrupar a los hombres. Existían dos grupos, sabios e ignorantes; y dentro de cada uno, varios grados.

El especialista, que a principios de siglo llegó a su “más frenética exageración”, es un hombre que “no es un sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante porque es un «hombre de ciencia» y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante”, ya que, dependiendo del tema en cuestión, se comportará de una u otra manera.

Hoy día podría decirse que la situación se ha acentuado y generalizado hasta tal punto que todo el mundo, cualquier individuo opina o, mejor dicho, impone su opinión sobre cualquier materia. El hombre-masa es especialista en todo y más que nunca se siente en posesión de la verdad, su verdad, y trata de imponerla.
Una monótona repetición

La descontextualización de una obra siempre conlleva incompletas interpretaciones de la misma. La rebelión de las masas fue escrita durante la aparición de los totalitarismos, algo que el lector no debe ignorar: “Bolchevismo y fascismo (...), dos claros ejemplos de regresión sustancial”.

¿Dónde está el error? ¿La regresión? ¿En qué se equivoca la masa que apoya, defiende, entiende estos regímenes? En el hecho de que se vuelven a cometer los mismas equivocaciones. El hombre-masa no ha aprendido, no ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones que no triunfarán porque tropezarán en la misma piedra una y otra vez.

La sociedad de masas crea el Estado para el servicio de sí misma. ¿Cómo es posible entonces que el resultado sea el inverso y que la masa acabe estando al servicio del mismo? A modo ilustrativo, el caso de Mussolini, que una vez en el poder solo tuvo que emplear la máquina del Estado de forma extrema. Las herramientas creadas por la democracia liberal ya estaban establecidas. Solo tenía que saber cómo utilizarlas.
¿Por qué es relevante?

El arte, el pensamiento y la cultura en general deben ser responsabilidad de unos pocos y no de todos –dice Otega–. Con esto no quiere decir que deba reservarse a unos cuantos, sino que es la minoría que se ha renovado y se distancia de la masa, la que debe abrir nuevos caminos en el arte, en el pensamiento, en la creatividad. La cultura en general existe para que todo el mundo la disfrute –y ahí es donde entra su lado más democrático–, pero no debe ser cualquiera quien la desarrolle y la cultive, o se vulgarizará.

El pseudo-intelectual/hombre-masa no posee el conocimiento, el individualismo y el deseo de superación necesarios para desarrollar o elevar ni las artes, ni el pensamiento. Es un hombre satisfecho, apático, incluso conformista; no se marca metas, es como si ya hubiese llegado a donde tenía que llegar. Le falta ese ímpetu, esa hambre, de querer saber más que el hombre de épocas pasadas. La pereza de la masa. Y es un grave error, pues como dijo en su día el gran Don Miguel de Cervantes: “el camino es siempre mejor que la posada”.


25 ago 2016

EL SUFRIMIENTO DEL SIGLO XXI

La calles están llenas pero la gente está sola y sufre
Las calles están llenas de una multitud de ciegos y sordos ante el dolor del “hermano que sufre” poseídos de “insensibilidad y rechazo”: lo dijo el papa Francisco al reflexionar sobre la misericordia desde la perspectiva evangélica, durante la audiencia general celebrada en la plaza de San Pedro este miércoles 15 de junio de 2016.
Calles pobladas, pero gente sola
Después de la lectura bíblica del milagro del ciego de Jericó (Lc, 18, 35.37), el Papa afirmó que en nuestras calles que deberían de ser lugares de encuentro, hoy hay cada vez más personas solas y marginadas.
En especial señaló a los mendigos, los refugiados y los migrantes.
“¡Cuántas veces nosotros vemos en la calle gente con necesidad y sentimos rechazo! -lamentó-. Cuántas veces teniendo de frente a refugiados y migrantes sentimos fastidio e insensibilidad. Todos sentimos esto, también yo”, confesó.
Multitud de ciegos y sordos
El Obispo de Roma desnudó al rey de la insensibilidad que vive en cada uno de nosotros.
Y con su lenguaje original, él también se llamó parte de esa muchedumbre de ciegos y sordos que caminan por las calles privados de la capacidad de ver y sentir el amor, la solidaridad y la compasión.
En una jornada soleada, Francisco presidió ante decenas de miles de personas la audiencia general dedicada a la “luz de la misericordia”. La misericordia es precisamente el lema principal del Jubileo que concluirá en noviembre.
El Evangelio (Lc 18, 35-43) que utilizó para la predicación semanal revela que Jesús “acercándose a Jericó, restituye la vista a un ciego que mendigaba en el orilla del camino”.
“La figura de este hombre representa tristemente a tantas personas que, aún hoy, sufren discriminación y rechazo por parte de los demás”, señaló.
Enfermos de insensibilidad
Francisco habló de la multitud de enfermos de insensibilidad ante el dolor ajeno.
“Como entonces, también ahora la indiferencia y la hostilidad causan ceguera y sordera, que impiden percibir las necesidades de los hermanos y reconocer en ellos la presencia del Señor”, explicó.
Sin embargo, el Pontífice latinoamericano explicó a los fieles que, en contraste con esta actitud, Jesús que pasa, “no es indiferente al grito del ciego que, movido por la fe, quiere encontrarlo e invoca su ayuda”.
Jesús sana de la insensibilidad
“Y el Señor, como humilde servidor, escucha la súplica del ciego y le devuelve la vista”, añadió.
Francisco entonces insistió: “gracias a su fe el hombre ve, pero sobre todo, experimenta el amor de Dios que, en Jesús, se hace siervo del hombre pecador”.
Por último, saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.
E instó a los presentes a buscar a “Cristo, en el que brilla la fuerza de la misericordia de Dios”, para que Él “ilumine y sane también nuestros corazones, para que aprendamos a estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y celebremos las maravillas de su amor misericordioso”.

LA MUERTE

¿Estás preparado para la muerte y lo que viene después?
Atención, menos cargas y más entrega con la mirada en Dios



Jesús me pide que esté atento y dispuesto a ponerme en camino en cualquier momento. Dispuesto a servir siempre. Tal vez por eso me gusta caminar con poco equipaje por el camino. A veces no lo consigo y me pesa demasiado la espalda. Y me confundo.

Quisiera tener un corazón dispuesto siempre a caminar. Estar atento a dar la vida en cualquier momento. Siempre pensando en los demás, siempre pensando en Dios.

Quiero anhelar la patria del cielo. Pero viviendo en presente. Aceptando el presente como lugar para servir, para amar.

Quiero estar atento a la vida. ¿Quién me necesita? ¿A quién puedo servir? Si voy demasiado cargado no tengo agilidad para ponerme en acción. Si me centro en lo que no tengo, en lo que deseo, no soy capaz de mirar más allá de lo que me ocupa.

Sólo si soy libre, sólo si tengo mi anclaje en Dios, puedo vivir descentrado, volcado en aquellos que necesitan mi misericordia.

A veces me agobia tener que estar preparado. Me agobia pensar si estaré en el lugar equivocado cuando llegue. Me agobia esa exigencia al que más le ha dado. Tal vez porque creo que he recibido mucho. Al que más se le ha dado, más se le exigirá. Yo he recibido tanto… Me agobia.

Pero ese agobio es algo mío. No va a ser así. Mi miedo está clavado en la cruz para siempre. Jesús me ama sin condiciones. Vuelvo a ese “no temas” de Jesús y me calmo.

Velar no es una exigencia de perfección. No consiste en estar perfecto en el momento incierto en que yo muera. Dios no improvisa y se dedica a aparecer en el momento en el que yo haya caído para juzgarme. Esa es mi proyección humana.

Dios camina a mi lado, me va abriendo el corazón, sólo necesita mi pequeñez. Le quiero dar mis miedos a Él. Jesús me salvó para siempre. Cada día sale a mi encuentro y me da mil oportunidades, una y otra vez, sin cansarse. Y así será hasta el último aliento de mi vida en la tierra. Creo en eso.

Con cada uno tiene una historia de amor única y preciosa, hasta la muerte. Él está a mi lado, y en el momento de mi muerte, también estará. Animándome, diciéndome al oído que me ama, que me espera para vivir en plenitud, con los brazos abiertos.

Y tendrá en la mano para mí el tesoro inagotable para que el fui creado, el que responde a los anhelos más hondos de mi ser. Sueño con ese abrazo que no sé cómo será.

Yo sólo tengo que caminar abriendo el alma, cayendo y levantándome, confiado. Jesús va a mi lado. Ese es mi tesoro.

Y sólo me pide que no deje pasar la vida, que ame, que no me guarde, que no me duerma. Quiere que me entregue. Eso es velar. Estar atento. No dormido. Con las sandalias puestas. Jesús va conmigo. Me anima a no acomodarme. No quiero jubilarme antes de tiempo

¿Paz en Colombia? No hay Acuerdo perfecto

Aunque la paz parezca muy cerca, puede ser aún inalcanzable si sus enemigos ganan la puja por la Colombia que quieren, una del ayer. ¿Quién se impondrá? Los colombianos están a punto de decidir sobre su futuro.


No pocos extranjeros se sorprenden de que en Colombia pueda existir alguien en contra de la paz, o por lo menos, en contra del Acuerdo de Paz, impulsado por el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos, y aceptado por la guerrilla de las FARC.
Pero lo que algunos -extranjeros como nacionales - no tienen en cuenta es que lo que en Colombia ha tenido lugar durante más de medio siglo es una guerra, que solo ha sido posible mantenerse porque, amén de los 250.000 muertos y 6 millones de desplazados, siempre ha habido ganadores: empezando por las mismas guerrillas FARC y ELN, como representantes de la ultraizquierda armada, y siguiendo con la ultraderecha, surgida de la contraguerrilla paramilitar, con la colaboración y el auspicio de caudillos políticos y usurpadores de tierras.
Una fatídica alianza a la que luego se unirían católicos y “cristianos” ultraconservadores que mantiene el sueño de la “refundación de la Patria”. Una Colombia de pesadilla ubicada en algún lugar de un siglo pasado que se creía superado.
El botín de la guerra
Los ganadores de la guerra, tanto de la ultraizquierda como de la ultraderecha, se definen en Colombia por la cantidad de tierras robadas, tanto a civiles como al Estado: 6 millones 500 mil hectáreas de tierra, el 15% del territorio nacional de Colombia. Este es el mayor botín de la guerra en Colombia, un despojo de dimensiones “coloniales” que no tiene parangón en el mundo actual, a no ser que se vincule con “limpieza étnica”, como otrora en Serbia. No falta recordarlo: este es un crimen de colombianos contra colombianos. Eso sí, de armados contra desarmados.
Una guerra se acaba porque la supremacía de las armas de uno de los bandos es tan efectiva que aniquila totalmente al enemigo o porque el poder de disuasión surte el mismo efecto. O, porque las partes enfrentadas reconocen que ninguna podrá imponerse por la vía de las armas y prefieren sentarse a negociar la paz. Esto es lo que, después de más de 30 intentos en Colombia, ha logrado concretarse en La Habana. Un proceso y un Acuerdo tan completo como nunca se había hecho antes, gracias a que las experiencias de varios continentes fueron allí reunidas.
La quimera de otra negociación
Pero no por ello, este Acuerdo de Paz es un tratado perfecto. Nunca lo ha habido ni lo habrá. Por triste que sea, no hay sistema que garantice que todos los crímenes cometidos en una guerra sean esclarecidos, y menos resarcidos. Los procesos de Núremberg, un hito ejemplarizante de la Justicia internacional, solo lograron llevar al banquillo al 2% de los criminales de la dictadura nazi.
La guerra genera una cadena interminable de crimen, venganza, odio y traumatismo que solo es posible romper, como ya anotamos, o con un arma supraletal o con el poder del diálogo. Desde luego que es mejor tener a 5 senadores de las FARC en la Cámara de Representantes debatiendo con argumentos, y sin armas, y no ordenando atentados contra civiles, soldados y policías. No por eso va a resucitar Chávez en Colombia, como hacen creer algunos.
Odiar para vencer
¿Pero quién quiere aceptar esto si la guerrilla secuestró, mutiló, mató o despojó a su familia? Es comprensible que aún algunas víctimas no quieran saber de “paz” alguna con las FARC. La arrogancia de las FARC es aún tan grande como los daños que cometieron en cinco décadas. Lo menos comprensible es que muchos colombianos, que solo conocen la guerra de la televisión, crean que la guerra debe continuar. A sus hijos empero, no los envían a pagar servicio militar.
Así como es cierto que el rechazo a sus crímenes se ha convertido en algunos en patológico aborrecimiento, igual de detestable es la utilización de ese trauma por parte de líderes políticos para reunir adeptos contra el Acuerdo de Paz. La quimera de que otro líder o partido puede luego negociar una mejor paz, es eso, una quimera. Lo demás es ahondar el ya profundo odio que impide cualquier paz y reconciliación. Y este parece ser el verdadero objetivo de quienes en Colombia aún sueñan con la “Refundación de la Patria”. Un "divide et impera" convertido en "Odi et impera".
Así lo prueba su sangrienta oposición a la Ley de Restitución de Tierras, en vigencia desde 2011. Solo la ONG Forjando Futuros cuenta 79 asesinatos de personas que han buscado recuperar sus tierras. El rechazo a devolver lo robado está conectado al rechazo a la paz.
Así mientras la ultraderecha busca parar la paz, la guerrilla quiere lograrla sin pagar mucho por sus crímenes. El Acuerdo obligará a ventilar buena parte de la verdad y con los tribunales del posconflicto se propone esclarecer muchos de los crímenes cometidos por quienes han sacado partido de la guerra: los despojadores de tierras.
Este es el gran temor de los líderes del rechazo a la paz, que - ¡vaya coincidencia! - han sido los mismos ganadores de la guerra. Aquellos que quieren refundar el país tras parar el progresismo impulsado por la Constitución de 1991 porque no encuentran versículo en la Biblia que hable de igualdad de género y menos de diversidad. Hay pocos momentos en la historia de los países, en los que sus sociedades tienen el privilegio de decidir sobre su propio destino. Aún no es claro si los colombianos votarán en plebiscito por un salto adelante, o uno atrás.

Crece tasa mundial de desempleo juvenil

Latinoamérica y El Caribe será la región del mundo con el mayor incremento de la tasa de desempleo juvenil en 2016, un índice que alcanzará el 16,8 por ciento este año y llegará al 17,1 por ciento en 2017, según la OIT.


La tasa mundial de desempleo juvenil alcanzará un 13,1 por ciento en 2016 y permanecerá en ese nivel durante 2017, según estima la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en un informe publicado hoy (24.08.2016).
El texto, denominado "Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo" recuerda que la tasa mundial de desempleo juvenil se situó en 2015 en un 12,9 por ciento, por lo que el repunte es considerable.
En números absolutos, se espera que la cifra de desempleados jóvenes (entre 15 y 24 años) en el mundo aumente en 500.000 personas este año hasta alcanzar los 71 millones, el primer incremento de esta magnitud en tres años. La OIT considera que el aumento del desempleo se debe a la desaceleración de las economías emergentes.
Trabajador pobre
Además, el informe explicita que "despierta aún mayor preocupación la proporción y el número de jóvenes, con frecuencia en los países emergentes y en desarrollo, que viven en pobreza extrema o moderada a pesar de tener un trabajo".
Se considera trabajador pobre aquel que sobrevive con menos de tres dólares diarios. De hecho, 156 millones de jóvenes, lo que corresponde al 37 por ciento del total de trabajadores jóvenes, se encuentran en una situación de pobreza extrema o moderada. Una situación peor que la de los trabajadores adultos, cuya proporción de pobres extremos o moderados es del 26 por ciento.
Asimismo, otra de las principales preocupaciones es la disparidad de género. En 2016 la tasa de participación en la fuerza de trabajo para los hombres jóvenes se sitúa en un 53,9 por ciento, frente al 37,3 por ciento de las mujeres jóvenes.
Latinoamérica y El Caribe
Latinoamérica y El Caribe será la región del mundo con el mayor incremento de la tasa de desempleo juvenil en 2016, un índice que alcanzará el 16,8 por ciento este año y llegará al 17,1 por ciento en 2017, según estima la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en un informe publicado hoy.
Este aumento implicará un incremento extra de 800.000 desempleados jóvenes (15 a 24 años) en la región. En números absolutos, en 2015 había 8,5 millones de parados jóvenes en la región, una cifra que se espera que aumente hasta 9,2 millones en 2016 y 9,3 millones en 2017.
"El impacto de la incertidumbre económica de Brasil es un factor muy importante para el repunte. Hay que recordar que el PIB ha caído considerablemente. Asimismo, la situación en Argentina, aunque no tan grave, también afecta", explicó en rueda de prensa Steven Tobin, economista principal de la OIT.
"La crisis económica en la región en general fue peor de lo esperado en 2015, y ya se sabe que los efectos en el mercado laboral van con retraso", agregó Tobin.
Por su parte, Susana Puerto, una de las expertas de la OIT, matizó que si bien el crecimiento del desempleo juvenil en Latinoamérica es un hecho negativo, "la OIT no lo ve como una tendencia alarmante".
FEW (EFE, dpa)


18 ago 2016

SANACIÓN ESPIRITUAL


Enfermedades de la vida espiritual

En un sentido lato, puede considerarse como enfermedades espirituales cada uno de los vicios capitales que tientan al hombre; al menos cuando llegan a tal grado, que el hombre se siente vencido por él de manera que no se cree ya capaz de superarlo.

Vamos a detenernos en dos enfermedades espirituales que pueden llamarse formalmente «enfermedades de la vida espiritual» y que hacen destrozos entre los que con todo ánimo la comenzaron: la tibieza y la mediocridad.

1. La tibieza espiritual
La literatura espiritual es unánime en señalar la tibieza como la enfermedad peligrosa del progreso espiritual. En el cuidado de la dirección se trata, más bien, de prevenirla, que es más fácil que curarla.

a. Síntomas y signos.—El director espiritual tiene que estar atento a no identificar la tibieza con la simple aridez. La tibieza lleva consigo aridez, pero sin el afán consentido de desahogo en disfrutes del orden de los sentidos; es una aridez culpable, dependiente originariamente de su voluntad, consecuencia de actos suyos responsables. No es la sequedad o falta de fervor de quien aún no ha entrado por los caminos altos del espíritu, sino que tiene el matiz de «envejecimiento», de algo que se marchita, se comienza a hundir.

Lleva consigo un sentido de «relajación», de necesidad de satisfacción inferior, junto con pesadez y desgana para, los valores espirituales como tales, especialmente para la oración y soledad espiritual, con aburrimiento en el cumplimiento del deber cotidiano vivido en su dimensión de servicio de Dios, dejándose invadir por una visión práctica y utilitaria y activista de la vida. Basta el menor pretexto para suprimir la oración; Dios y sus cosas están en un segundo lugar vital y se cumple con él cuando no hay otra cosa que hacer. En la oración, cuando la hace, falta la preparación, se nota irreverencia, languidece con aburrimiento y voluntarias distracciones. Se advierte en la víctima de este mal una disipación continua, ligereza de corazón y de sentidos, horror a entrar dentro de sí mismo. El sacrificio queda casi completamente descartado; tiene miedo de la mortificación. Actúa sin reflexión, por pasión y por respetos humanos, según el gusto, dando preferencia a la vanidad, sensualidad y amor propio. Desprecia las atenciones delicadas de la vida espiritual.

Pero todo esto puede ser pasajero, momentáneo relativamente, un período de cesión y abandono. Entonces puede no tratarse de tibieza, sino de un período de tentación, o incluso, en algún caso, con cierta mezcla de procesos patológicos y de cansancio. Es importante no dictaminar demasiado rápidamente que se trata de tibieza, porque puede hundírsele a la persona.

Para la tibieza tiene que darse un estado crónico vital habitual con aceptación frecuente del pecado venial deliberado. Tibio es, pues, aquel que, asustado por la dificultad que siente en el camino de la virtud y cediendo a las tentaciones, pasado el primer fervor del espíritu, deliberadamente determina pasar a una vida cómoda y libre, sin molestias, contento con cierta apariencia exterior, con horror a todo progreso en las virtudes, quizá con un compromiso de conciencia, tranquilizándola con el argumento de que no comete faltas mayores.

No suele ser raro que este cuadro se complete con un sentimiento de cierta paz aparente del alma, sobre todo porque no siente muchas tentaciones y agitaciones. El mal espíritu favorece este estado y procura que sienta satisfacción en su modo de vivir para que, hinchado y soberbio, vaya creyendo que él entiende mucho de la sensatez de la virtud y llegue a convencerse de que va bien y no necesita otros esfuerzos, condenando a los demás con toda libertad. Así, crece el fastidio de lo espiritual y de todos los medios de progreso espiritual auténtico y va cayendo hasta el precipicio sin percatarse.

b. Su naturaleza.—La tibieza, por su naturaleza, se suele relacionar con la acedía, vicio capital y fuente de tentaciones humanas y diabólicas ampliamente tratada en los grandes autores de la espiritualidad monástica, que frecuentemente la identificaban con el «demonio meridiano» (Sal 90,6), que ataca a las horas fuertes del mediodía 11
Pero en la tibieza no es sólo la acedía como momento o período de tentación, con sus variantes y con sus consecuencias viciosas de oscuridad, somnolencia, inquietud, vagabundez, inestabilidad de mente y de cuerpo, verbosidad, curiosidad 12, sino que se trata de estado de acedía con una estabilización de esos mismos resultados, que afectan al tenor de la vida.

Por su misma naturaleza, se opone al fervor de la caridad. En efecto, la caridad, de suyo, tiende a ser ferviente, a llevar hacia lo mejor y activar las virtudes, con una radical oposición al pecado venial y a cuanto desagrada a Dios. La tibieza, en cambio, neutraliza la dinámica de la caridad, volviéndola lánguida, sin actividad, sin ilusión por progresar, sino resignada a su estado y fácil en admitir el pecado venial, con pérdida del sentido de generosidad.

c. Génesis y medicina preventiva.—Frecuentemente, suele aparecer la tibieza, tras un período de fervor, por falta de constancia. Complaciéndose en lo que ha gozado y vivido, quizá se lo atribuye a sí mismo. Queda en sequedad, con inclinación al goce de los sentidos, y, contentándose en ese nivel, se va dejando dominar por una progresiva negligencia, sin mirar ya a la generosidad ilimitada para con el Señor.

Cuanto tiende a romper o, al menos, a amortiguar el impulso generoso del amor, favorece la entrada lenta de la tibieza. Porque perder ese impulso es no estar ya al unísono con el dinamismo de la caridad.

Esté el director atento para discernir si va introduciéndose una cierta negligencia en el cumplimiento de los deberes, aun de aquellos que son tentativamente poco importantes, y vigile con amorosa atención la fidelidad a los ejercicios espirituales, no dejando pasar omisiones no motivadas y reiteradas de ellos, así como tampoco la negligencia real en su cumplimiento. Tenga también presente que la fatiga física y moral de la monotonía suele ser factor ingrediente de una incipiente tibieza espiritual.

Si el director se percata a tiempo de un proceso degenerativo hacia la tibieza, hará bien en instruir al dirigido prudentemente, pero con seriedad, sobre la gravedad de la tibieza y la dificultad de salir de ella, induciéndole eficazmente a que con valor renueve su diligencia espiritual y no deje pasar sus posibles fallos y negligencias sin una conveniente penitencia de reparación. Como directamente opuesta a la tendencia tibia, será eficacísimo el obtener que el dirigido renueve diariamente su resolución de generosidad.

d. Remedios de la tibieza.—Cuando el director se encuentra ante una persona francamente hundida en la tibieza, debe ser consciente de que se trata de una enfermedad muy seria, que puede arruinar todas sus posibilidades espirituales. De manera especial, la curación ha de ser obra de la gracia y misericordia de Dios, que ha de comenzar por invocar él, mismo con una continuada y ferviente oración. Pero ha de prestar su colaboración, que en el caso se caracterizará por una firmeza unida a la inspiración de confianza.

El tratamiento abarcará una sugerencia de actitudes espirituales antes de la aplicación de unos medios prácticos, que deberán estar precedidos y acompañados por aquellas actitudes.

1) Actitudes espirituales.—El director debe sugerir al tibio prudentemente, pero con firmeza, la gravedad de su situación espiritual. Esto es tanto más necesario cuanto, como acabamos de indicar, el tibio suele tener una aparente paz y auto-satisfacción, en la que se apoya incluso con una cierta soberbia. Hay que indicarle que su estado es preocupante, que su vida espiritual está paralizada y que su misión vital está frustrada. Que no puede resignarse a semejante nivel de vida, que está en contraste con la dinámica de la caridad y la profesión del seguimiento personal de Cristo propia del cristiano.

Si estos argumentos repetidos y prudentemente sugeridos no fueran suficientes, tendría que ser firme el director en mostrarle los motivos serios de preocupación que ofrece su vida. Que su actitud presenta signos alarmantes que plantean una seria interrogación sobre su estado de gracia, ya que tiene obligación como cristiano de tender a la perfección; y se acumulan en él tantos pecados de temeridad, ignorancia, ceguera, error culpable, que con ellos, de hecho, puede pecar ante Dios, aunque no esté cierto aquí y ahora de que peca. Que puede ser mucho más culpable de lo que él imagina. Que la ceguera real que le aqueja y la dureza de su corazón ante los argumentos del amor son difícilmente compatibles con una vida de gracia, en la caridad de hijo de Dios.

Pero ha de estar muy vigilante el director para no empujar a su dirigido hacia la desesperación o el desaliento, sino que debe abrirlo a la confianza de su curación. Cuídese, por tanto, de repetir las profecías pesimistas que demasiadas veces se proclaman. Frecuentemente, se ha presentado la curación de la tibieza como prácticamente imposible, como un verdadero milagro. La insistencia en esta dificultad insuperable ha podido hundir a no pocos en una ruina definitiva. Y no sólo el haberlo repetido, sino la persuasión misma que de ello tiene el director. No hay que olvidar que la persuasión personal profunda es lo que más se comunica en las entrevistas educacionales. Y nada hunde tanto a una persona como la persuasión radicada en quien le trata de que su caso no tiene remedio. Es probable que a veces se haya considerado en un sujeto como tibieza lo que no era todavía, y se haya acabado hundiéndole en ella por la persuasión de lo casi milagroso de la curación. Lo que le ha llevado a la ruina no era la gravedad real de su estado, sino el modo incauto de luchar con la tibieza y de superarla.

Por tanto, ese argumento de la virtual condenación, si no media un milagro, no debe emplearse nunca en la dirección de la persona tibia. Al contrario, el director esté persuadido de que esa enfermedad tiene remedio, y comunique la misma confianza al dirigido. Una confianza que le abra al esfuerzo necesario de colaboración lenta y diligente.

2) Remedios prácticos.—Para cuanto se refiere al remedio de la acedía insistían los clásicos de la espiritualidad en el doble frente de la actividad y la oración 16

En ese doble frente se ha de actuar igualmente el remedio de la tibieza. Y, ante todo, la oración, la petición constante del remedio tanto por parte del dirigido como del director. Y, junto a la oración, la colaboración, que, partiendo de una actitud interior renovada, ponga los medios prácticos aun a pesar de la resistencia de la naturaleza, todavía desganada.

Es preciso decidirse a comenzar una vida nueva, renacer de nuevo, tomando decididamente el camino de la generosidad; fomentar el amor y la caridad en el corazón, con un propósito diariamente renovado de entregarse del todo a Dios, unido al sacrificio eucarístico diario. Una actitud de arrepentimiento del estado en que se ha encontrado, renovado continuamente por un dolor de contrición sabrosa por los fallos que puedan seguir ocurriendo, y que está decidido a no dejar impunes. Trabajo de fidelidad a la gracia y mortificación de las pasiones con sacrificios discretos voluntarios y oportunos penitencia corporal. Fidelidad a los ejercicios espirituales y a la práctica más asidua de la dirección espiritual y confesión. Un esfuerzo serio por llevar diariamente una vida ordenada.

Muy oportunamente, como comienzo de este nuevo ritmo de vida podría ofrecerse un serio retiro espiritual de ejercicios. A veces, Dios mismo sacude, por los caminos que él escoge, la somnolencia del alma tibia.

2. La Mediocridad Espiritual

Es un lamentable estado espiritual, generalizado hasta un elevado porcentaje entre los que siguen la vida de perfección evangélica. La palabra «mediocridad», acuñada para designar este estado por el P. De Guibert, no se toma en su sentido peyorativo de mediano, pasable, ordinario, sino en cuanto se opone a notable, considerable, superior a la media. Es, pues, enfermedad, en sentido relativo de falta de plena salud. Y merece particular atención en una dirección espiritual estricta, porque suele causar graves daños al dejar en un nivel medio a quienes en los planes de Dios y según el ritmo que habían comenzado a llevar estaban llamados a cumbres excelsas de transformación en Cristo.

a. Síntomas.—No son incipientes, puesto que suele tratarse de personas que llevan un tiempo relativamente largo de vida espiritual seria, en el cual han asimilado fundamentalmente los principios de la vida cristiana y los viven hasta cierto punto. No es fenómeno de los primeros esfuerzos espirituales. Tiene el carácter de un cierto retroceso, empapado de un cierto cansancio y desilusión. Pero tampoco son tibios, puesto que ni de ordinario suele predominar en ellos la aridez, aburrimiento y desgana espiritual; ni, sobre todo, admiten habitualmente el pecado venial deliberado.

Viven la vida espiritual; pero su vida tiene algo de superficial, de ficticia, de falta de encarnación real. Hay una renuncia práctica a la santidad total, aunque quizá de palabra siga hablando de ella. Suele unirse un cierto sentido de complacencia personal, a manera de persuasión de ser sensato, bajo cuya bandera se mantiene paralizado en el progreso espiritual años enteros/ No es que no haga esfuerzos. Al contrario, tiene momentos de arranque interior; luego se cansa, se vuelve a parar. En otros ejercicios vuelve a empezar, y de nuevo se cansa y se para. El resultado es que no hay progreso en el modo de vida espiritual.

Este mismo esfuerzo relativo le sirve de justificación y favorece su persuasión de sensatez., La favorece también el que, ordinariamente, la persona caída en la mediocridad suele mantener las actitudes de bondad y de piedad con delicadeza en su trato.


Con todo, la persona caída en la mediocridad mantiene y fomenta positivamente vicios notables, como son la vanidad, gula, susceptibilidad, curiosidad, impresionabilidad. Sus esfuerzos en este campo tampoco son nulos, pero se reducen a mantenerse sin pecar, frenando esas tendencias cuando llegan a pecado deliberado. Muchas veces las fomentan, en cambio, positivamente hasta ese límite con motivaciones y justificaciones aparentemente sensatas, espirituales y apostólicas.

De esta manera, la luz espiritual se va apagando. Y termina la víctima por no ver sentido alguno a la renuncia de lo que no sea pecado. Su postura vital viene a ser la de pasar lo mejor posible con tal de no pecar. Llegado a este momento, es trabajo inútil querer convencerle de la exigencia de renuncia voluntaria ulterior, porque realmente no lo entiende. Más bien se siente liberado de opresiones y estrechamientos precedentes y hasta mira con cierta compasión a quienes aún renuncian a tales goces lícitos.

b. Naturaleza.—Suele señalarse como constitutivo —y, consiguientemente, como criterio distintivo— un doble elemento estrechamente entrelazado: la incomprensión de la abnegación evangélica y la debilitación de la vida interior.

La persona mediocre no comprende ya en toda su exigencia la renuncia evangélica ni se esfuerza por adquirirla. En
contraste con las personas adelantadas y fervorosas, que entienden profundamente esas exigencias y tratan de vivir consecuentemente la renuncia enseñada por Cristo en el Evangelio. Puede ser que traten de ella en forma teórica y abstracta; pero o
no la asumen de manera personal y vital, o al menos no tienen
valor, energía y constancia para conformar seriamente su vida
según sus criterios. Cierran así el paso a la dilatación de la
caridad, que contradice al amor propio egoísta. Sólo entienden
como renuncia evangélica la renuncia a lo que es malo. No entienden que se pueda renunciar o que Dios pueda pedir el sacrificio de lo que es bueno con el fin de conseguir otro bien
superior.

Estas personas tienen, sin duda, alguna vida interior.
Pero esta vida tiene algo de superficial; le falta totalidad en su
penetración de la visión y de los principios sobrenaturales.
Tampoco han entendido el primado de la vida interior en su
santidad y en su apostolado. Quizá lo admiten teóricamente, pero no empapan la vida real con esta convicción. En consecuencia, para estas personas, los pensamientos y afecciones de
fe no tienen mordiente suficiente para llevarles adelante con el
vigor necesario para superar su honesta mediocridad.

c. Génesis.—El descenso lento hacia este estado de mediocridad puede entrar en el espíritu de formas diferentes. La experiencia enseña que en todas las formas de vida puede introducirse esta pérdida de vigor y generosidad espiritual por caminos muchas veces opuestos entre sí. El director espiritual debe estar atento a los primeros pasos, ayudando al dirigido a mantener íntegra la oblación total de su voluntad.

En las personas activas puede estar en la raíz el agobio de trabajo y de ocupaciones exteriores, aun en el servicio de Dios y tomados inicialmente por obediencia. El quehacer y las necesidades de las almas ahogan. Poco a poco, la vida interior se debilita. Se deja invadir por puntos de vista humanos, y pierde lentamente la inteligencia de los medios sobrenaturales. No pierde la fe, pero cesa el avance espiritual.

En las personas contemplativas, el peligro estará en dejarse llevar por una aplicación superficial a las cosas de Dios sin verdadera profundidad ni vigor. Superados los defectos más notables y que podrían deparar una sorpresa seria en su vida, ahora se mantienen en un cierto equilibrio interior sin progresos reales, sin abnegación verdadera.

En muchos casos se suele presentar una especie de cansancio general, producido por la monotonía de la vida espiritual. Tantos esfuerzos renovados sin éxito aparente llevan a considerar la mediocridad como prácticamente inevitable. Los deseos de santidad de otro tiempo se vienen a considerar como puras ilusiones irreales.

Este cansancio desalentado será tanto mayor cuanto con más ímpetu e impaciencia se lanzó antes hacia la santidad apoyado en sus propias fuerzas. En aquellas disposiciones había mezcla de amor propio inconsciente. Y ahora viene la renuncia práctica a aquellos sueños de santidad. Y, al fin, la estabilización en la mediocridad.

En otros casos se llega a la mediocridad por el camino contrario. Persuadidos de que todo es obra de Dios, de que hay que seguir a la gracia y de que la condición fundamental de la santidad es el abandono total en las manos de Dios, exageran tanto estas disposiciones, que eliminan todos los esfuerzos de colaboración que Dios requiere del hombre para realizar sus planes. El resultado será una persona buena, piadosa, amante de Dios, pero en la que la abnegación y la unión quedarán en la superficie, sin vigor y sin profundidad, y con muchos defectos íntimos que el interesado mismo apenas sospecha.

d. Remedios.—La superación del estado de mediocridad es particularmente obra de la gracia, que suele mostrarse patente en algunas reanimaciones espirituales. En algunos casos se presenta en forma de impulso interior irresistible, que no deja en paz al individuo hasta que acaba por rendirse. Este impulso se presenta a veces en forma repentina, pero otras va preparado por pequeños impulsos parciales y progresivos.

También suele manifestarse esa acción de Dios acompañando a circunstancias exteriores providenciales, sean de signo humanamente negativo, como una enfermedad, o separaciones dolorosas, o humillaciones fuertes que le sacuden; o de signo positivo espiritual, como un éxito apostólico inesperado, o el contacto con una obra extraordinaria de Dios, o con una persona especialmente poseída por el Espíritu del Señor.

Esta gracia medicinal de la mediocridad es, evidentemente, puro don de Dios. Pero puede ser objeto de petición. En todo caso, el director debe ser consciente de la necesidad de la gracia en cualquier forma que se presente, y sea él, sea el dirigido, deben insistir en la petición de la curación.

Junto a la petición se requiere ayudar al dirigido, preparando en lo posible el corazón para la acción de la gracia. Esta preparación la debe cuidar la dirección suscitando en lo posible deseos de fervor, creando una especie de nostalgia del estado de generosidad ilimitada, llena de confianza, sin amargura ni desaliento. Cuanto suscite ánimo y confianza de curación será importante en este estadio. Para suscitar estos deseos y nostalgia de fervor deberá recurrir el director a las ideas o sentimientos que tienen fuerza de acción sobre el alma mediocre. Ciertamente que muchos motivos elevados no le harán mella. Pero no es un alma tibia. Y habrá algunos que le muevan; como, quizá, el servicio del bien de las almas, o las dificultades halladas en el ministerio y que ponen de manifiesto la insuficiencia de los medios humanos, o la responsabilidad por las gracias recibidas de Dios. Esa idea-fuerza procure empaparla en espíritu de fe, confianza y amor generoso.

Al mismo tiempo que se suscitan esos deseos, hay que promover la cooperación activa de la persona mediocre, de manera que vaya dando pasos en su voluntad aprovechando las pequeñas ocasiones, aun cuando no llegue todavía a la disposición total de abnegación evangélica. Serán pequeñas aceleraciones y esbozos de disposiciones más altas. Estos esbozos han de cuidarse tanto en el campo de la abnegación, con pequeños esfuerzos parciales y repetidos, como en el campo de la vida interior en lo que se refiere al recogimiento, procurando momentos más intensos y actuando la vinculación de las ocupaciones absorbentes con una visión sobrenatural más intensa. Igualmente, se le ha de llevar a ejercitar cierto control, aunque sea parcial y esporádico, de la impresionabilidad y actividad desbordante, procurando dominarla y ser dueño consciente de ella.

Actuando durante meses con este esfuerzo de pequeños esbozos, se puede ir cultivando una preparación para la acción de la gracia impulsiva de Dios.

En algún caso, también puede ayudar provocar las circunstancias exteriores favorables a una reactivación espiritual. Así, pueden ser momentos oportunos la marcha a misiones lejanas aceptada o pedida; la renuncia a un puesto amado, quizá demasiado amado; renuncia impuesta bajo una cierta presión de los superiores, que desgarra el alma y rompe el equilibrio espiritual en que se acuñaba; si en este caso se evita la rebelión y el desaliento, podrá ser ocasión de encenderse en gran fervor.

El director no pierda nunca sus ánimos. Trabaje incansablemente en la ayuda de estas personas, consciente de que, si consigue su reactivación fervorosa, habrá prestado un gran servicio a la Iglesia para cooperación en la obra redentora. Pero tenga al mismo tiempo presente, para no desanimarse, que muchas veces los efectos de la gracia se realizan imperceptiblemente. Llegan a la madurez sin darse uno cuenta. De repente se nota que la persona ha madurado. Después de meses y años en que parecía no darse ningún progreso, se advierte no sé qué plenitud en el dirigido, que no es ciertamente la perfección plena, pero que deja transparentar un trabajo real y maduro de la gracia.

2. Enfermedades espirituales de base fisiológica

La buena función orgánica —salud corporal— y la buena función psicológica —equilibrio psíquico— entran en la constitución de la vida espiritual. El director no las puede descuidar. En este campo, la dirección espiritual lleva una preocupación higiénica proporcionada y el uso de remedios y consejos «caseros», vigilando y previniendo. Y como en la familia se recurre al médico o especialista en los casos de una cierta importancia, así también el director, a más de su vigilancia y consejo familiar, si puede darlo, sugerirá al dirigido en algunos casos que recurra al especialista cuando se trata de una seria enfermedad.

Algunos momentos espirituales conflictivos y enfermizos, con depresiones, irascibilidad, insoportación, apatía espiritual, etcétera, suelen tener su origen en perturbaciones orgánicas, sean transitorias, sean de carácter estable por su base temperamental o crónica.

El director espiritual debe captarlo para no atribuir al nivel espiritual lo que tiene un origen simplemente orgánico.

De base temperamental con componente orgánico puede ser, por ejemplo, un estado ansioso generalizado y permanente. Y transitorios suelen ser ciertos estados espirituales conexos con crisis de enfermedades orgánicas o períodos críticos del desarrollo fisiológico.

El director, en estos casos, ha de saber tener equilibrio. Ni es conveniente abandonar todo esfuerzo espiritual y ascético, recomendando sólo el cuidado médico, ni al revés. Esas personas necesitan fundamentalmente un tratamiento orgánico médico, al que acompañe una postura de aceptación y de oración, pero sin caer en un resignacionismo o en una total irresponsabilidad mientras va cuidando su restablecimiento.

El director tendrá que tranquilizar muchas veces el espíritu de esas personas, que suelen creer fácilmente que es flojedad de su espíritu el cuidar así del propio cuerpo, o que es cesión a tentaciones de comodidad el no seguir una vida exigente a pesar de las debilidades corporales.

C. Enfermedades de la vida espiritual de implicación psicológica

El cristiano debe encontrar su perfecta integración sólo en Cristo. Esta debe abarcar no sólo la inteligencia y la voluntad, sino también la afectividad y la sensibilidad misma. Es el trabajo de maduración, en la que todo el hombre debe tomar parte.

Idealmente, la primera dirección espiritual madurativa la deberían dar los padres de familia, si éstos estuvieran a la altura de su importante misión eclesial. «Lo que se aprende de niño se identifica y crece con el mismo espíritu y se le adhiere totalmente».

Pero, desgraciadamente, muchas veces no ha sucedido así. Y, no raras veces, el trabajo del director tiene que dedicarse a una reeducación exigida por la presencia en el dirigido de estados conflictivos que le afectan, obstaculizando el recto proceso de la vida espiritual: ansiedades, angustias, escrúpulos.

Pueden ser obstáculos afectivos, que condicionan, parcializan o deforman la visión cristiana de la vida. Porque los padres no han sabido transmitir el conjunto equilibrado del mensaje evangélico serenamente vivido, o ellos mismos eran víctimas de un cierto desequilibrio, que ha repercutido en la educación, o ha habido experiencias traumatizantes que han inhibido o sacudido la afectividad, o existen incluso obstáculos afectivos temperamentales que han interferido en la formación y hacen continuamente acto de presencia en ella.

Otras veces, la conciencia o criterio espiritual no quedó bien educado por las circunstancias insanas, descristianizadas, o por la manera equivocada de inculcar los principios morales. Y aparece enferma, deformada por conclusiones morales asumidas en la infancia o adolescencia, y que están allí dentro a manera de cálculos endurecidos y dolorosos, aunque escondidos, que influyen en la función de la conciencia real presente con ansiedad e inquietud concomitantes. Y es que la conversación de los «padres de nuestra carne» (Heb 12,9) casi sofocó la semilla de la gracia bajo un régimen ético rígido y legalista que exacerbaba e inhibía (cf. Col 3,21).

Por todo esto, la dirección espiritual, no raras veces, tiene que proveer al trabajo de reparación, de manera que se vaya haciendo, al menos al comienzo y en parte, una longánime reeducación que rectifique, en lo posible, los defectos patentes y las deformaciones latentes de la afectividad. La vida espiritual cristiana como tal contiene valores preciosos para restablecer el equilibrio psicológico. Con frecuencia, un buen director, en determinados casos psíquicos, puede hacer más que un psicólogo de profesión, si sabe aprovechar los valores equilibrantes del conjunto del contenido cristiano. Sólo que no debe abusar de ella. El director debe guardarse bien de aprovecharse de la confianza que el dirigido en él, haciéndole depender excesivamente de sí o tratándole con poca seriedad. También la medicación psicológica tiene que ser obra de verdad, de manera que el dirigido sea introducido a la verdad integral.

La confianza del dirigido nos da la medida de la potencia personal del director en su acción curativa. Pero esta confianza se dará sólo si el dirigido sabe que puede creer, sin sombra de duda, en la total sinceridad del director. No mina esta confianza el que el dirigido note que el director no juzga oportuno comunicarle actualmente todo lo que piensa («Tengo muchas otras cosas que deciros, pero no las podéis llevar ahora»: Jn 16,12). Lo que sí es importante es que le hable siempre como a una persona madura, no como suele hablarse a los niños, a los enfermos, a los irresponsables.

En este camino de la sinceridad, la seguridad del director y la correspondiente confianza del dirigido se aumentan en la verdad, teniendo presente el aspecto estrictamente sobrenatural y evangélico de la dirección, en fuerza del cual se recurre confiadamente a la fuerza del espíritu, de la oración y del poder divino, para el remedio, a veces naturalmente imposible, de algunos hábitos inveterados.

El espíritu evangélico y el compendio de la doctrina católica ofrecen otro elemento de gran equilibrio, sanísimo y con capacidad universal de curación.

Naturalmente, siempre que no se trate de un dogma aislado y sacado de su contexto vital, sino encuadrado en el conjunto. El carácter equilibrado y equilibrante de la espiritualidad evangélica tiene incluso valor apologético.

La doctrina definida en Trento: «que la concupiscencia habitual no es pecado en los bautizados» ", ha librado a muchos de un verdadero infierno de angustias y escrúpulos, mientras la idea contraria fomenta la neurosis luterana y sus derivados.

Ni hay que sofocar violentamente la concupiscencia ni sofocar el juicio moral; no hay lugar a inhibiciones violentas. Nos podría llevar al pecado, pero ella en sí no es pecado. Se trata sólo de no dejarnos determinar humanamente por ella.

Otro tanto podríamos decir de la doctrina de la Providencia, que hay que unir con la colaboración verdadera del hombre; del sentido redentor del sufrimiento, unido a la lucha por superarlo y a la esperanza; el combate contra, la injusticia con la aceptación de la cruz.

Muchos han obtenido una sólida seguridad interior en la fe auténtica por una participación misteriosa de la vida eterna o conocimiento amoroso de Dios, que se comunica en el comienzo de todo movimiento que lleva al hombre sobrenaturalmente hacia Dios y que se afirma y se va haciendo factor espiritual a medida que el fervor de la caridad crece en el corazón.

Hemos insistido en este valor equilibrante de la fe cristiana presentada en su conjunto. Desgraciadamente, a veces no se hace de esta manera, sino que se unilateraliza la presentación afirmando y aferrando una verdad e insistiendo en ella, perdiendo de vista el conjunto de la verdad católica. Es culpa de ello, a veces, la falta de equilibrio del mismo director, que insiste entonces en determinados sectores de la fe o de las costumbres. Por eso, nunca insistiremos suficientemente en que esta luz y espíritu evangélicos se apliquen al sujeto real en el conjunto de circunstancias reales en que se encuentra, y no a un sujeto ficticio e iluso que las use a manera de pensamientos mágicos.
La ciencia psicológica sana no está reñida con la doctrina espiritual. Por eso, los buenos autores espirituales insisten, en la necesidad de conocimientos psicológicos para la formación completa del director espiritual. Sería grave error querer reducir la dirección a psicología aplicada. El director espiritual que se presentara simplemente como un psicólogo o psiquiatra, fracasaría como director y como psicólogo. Se trata de un conocimiento sólido, discreto, empleado discretamente en el ejercicio de su función de dirección que permanece claramente como tal.

En estos casos, el director tiene que saber integrar en la acción espiritual del sacerdote las fecundas observaciones de la psicoterapia profana debidamente adaptadas. Por eso debe conocer, al menos, los elementos fundamentales de la psicología pastoral, las leyes de los conflictos psíquicos, sus mecanismos, al menos para poder aplicar los principios evangélicos según una diagnosis verdadera del sujeto en cuestión. Pero siempre ha de actuar como hombre evangélico, no como psiquiatra.

Los grandes directores han sido siempre buenos psicólogos ya desde los Padres del desierto; han conocido la estructura y los mecanismos ocultos de la psicología humana, las escapatorias de la naturaleza, aunque no tenían aún los conocimientos científicos que ha adquirido recientemente la ciencia psicológica.

Junto con el estudio indispensable y serio de San Juan de la Cruz, hay que unir el estudio, muchas veces no menos meritorio, de meterse en la selva de los modernos progresos de la patología psicológica. Porque un error de diagnosis puede llevar a un resultado fatal, cuando la simple ignorancia sólo hubiera causado un retraso en el camino.

16 ago 2016

¿Cómo mis complejos psicológicos me alejan de Dios?


Todos hemos tenido experiencias difíciles, pero son superables

Y lo que cayó en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la perseverancia.

La referencia a un corazón bueno y generoso, significa que las virtudes humanas son requisito para las virtudes sobrenaturales, porque “con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien”.

Las virtudes humanas son valores hechos vida porque a través de ellas se alcanzan los bienes que promueven nuestra naturaleza, haciendo la vida gratificante. El esfuerzo que comporta el adquirirlas, se justifica por el valor a alcanzar. Vale mucho la pena perseverar para lograr el fruto.

Un ejemplo: para alcanzar el valor de la amistad son necesarias virtudes como: lealtad, sinceridad, honestidad, generosidad.

Un gran obstáculo para el logro de la virtudes humanas y sobrenaturales son los complejos psicológicos que generan frustraciones y sufrimientos. Lo son, porque se trata de ideas que distorsionan la realidad sobre la persona misma, las cosas y circunstancias que la rodean; pensamientos irracionales o sobredimensionados que generan sentimientos de baja autoestima, manifestados como minusvalía o sobrevaloración en la persona que los padece, afectando su comportamiento.

Ideas de minusvalía:

Soy de baja estatura, no soy inteligente, soy feo, he cometido demasiados errores, soy pobre, tengo muchos defectos, nadie creerá en mí, no sé hacer amigos, se burlan de mí…

Ideas de sobrevaloración:

Cuan inteligente y talentoso soy, soy bellísima e irresistible, soy muy atractivo y todos me admiran, he logrado una gran madurez a diferencia de otros, soy una persona de mucha experiencia nadie me puede enseñar nada, soy de amplio criterio…

Antídotos para evitar lo complejos; combatirlos desde la raíz o eliminarlos.

Sobre mi pasado.- He fracasado, tomado malas decisiones, cometido faltas, adquirido culpas, hecho el ridículo… Mi pasado ya no lo puedo cambiar, pero en el mejor ejercicio de mi libertad, nada ni nadie me impiden convertir todas las malas experiencias en una montaña que puedo subir para ser mejor y disfrutar de la vida. Por eso, los hechos y las personas relacionadas con esas experiencias, tendrán solo la importancia que yo les reconozca, porque me han servido de esa manera.

Sobre mi apariencia física, mis capacidades y limitaciones.- Dios me ama como me hizo, lo hace con un amor personal que está muy por encima de mi apariencia, facultades, limitaciones, de mis cualidades o defectos cualesquiera que fuesen. Mi verdadero merito se encuentra en la respuesta a los talentos heredados por la adquisición de virtudes en las que empeño mi inteligencia y voluntad, comprometiendo mi libertad por amor a Dios y a mi prójimo.

Sobre la opinión ajena.- Solo la tomare en cuenta viniendo de gente que sé muy bien que me quiere, que busca ayudarme y/o en la que puedo reconocer con objetividad una autoridad. Puedo tener sentimientos que me causen pena, pero sin dejarme arrastrar por ellos. Soy consciente de que fuera del pecado personal, nada existe en la vida que me deba dar verdadera vergüenza y me humille más.

Sobre las injusticias.- No permitiré el abuso, las burlas, la injusticia sobre mi persona o la de otro. Siempre diré lo que pienso, siento, lo que me afectan las actitudes equivocadas de las personas. Lo hare con serenidad y fortaleza exigiendo justicia. No se apocara mi corazón, y diré no, al temor.

Sobre los retos de la vida.- No buscare soluciones fáciles que anulen mi capacidad de luchar, pondré en juego todas mis capacidades. No tendré miedo al fracaso, sino a no intentar las cosas, y siempre hare todo lo mejor posible. Veré mis logros con humildad y agradecimiento por la ayuda recibida de Dios, y los demás.

Sobre mi camino a la madurez.- Puedo ser tímido, inseguro, temeroso, provenir de una familia herida, haber sufrido maltrato. Pero todo lo puedo superar, tengo el derecho a ser feliz consciente de que yo, y solo yo, soy responsable de mi destino. No asumiré en mi vida los errores que otros hayan cometido conmigo. La vida es bella, pues arriba de las nubes oscuras siempre brilla el sol.

Sobre mi debilidad. – Evitare fugarme de la dureza de la realidad con el alcohol, las drogas, el sexo, relaciones y diversiones superficiales. Tendré el valor de enfrentarme conmigo mismo, viendo en mi interior mis carencias para sanarlas y enfrentar la realidad poniendo los medios necesarios; aunque duela, aunque cueste, aunque sienta desfallecer. Las batallas las ganan los soldados cansados, y venceré.

Sobre los defectos propios y ajenos.- No me rebelaren contra ellos, tampoco los aceptare pasivamente, sino que los veré como un signo y oportunidad para cambiar positivamente mi vida y la de los demás. Puedo equivocarme, pero tendré siempre el derecho y la posibilidad de corregir pidiendo perdón cuando sea necesario, esforzándome por perdonar pronto y sinceramente si alguna vez soy ofendido. No seré esclavo de deudas contraídas ni del resentimiento.

Sobre mi fin como persona. – Mi fin último en esta vida es llegar a la casa del padre. No me convertiré en un errado fin de mi misma persona, por egoísmo; ni en el de quien me quiera manipular.

Sobre mi esperanza.- Hoy tendré un momento de intimidad con Dios. Le contare de mis afanes, proyectos nobles, alegrías; también de mis miedos, culpas, resentimientos e irritabilidad. Le pediré que me sane dándole las gracias por todo, pidiendo perdón por mis fallos y más ayuda en cada nuevo comienzo.

Todos hemos tenido experiencias difíciles. Crisis que han generado vida porque nos han exigido el desarrollo de virtudes que han impedido la baja autoestima, y con ello, los complejos.