La palabra “género” se ha colado en el vocabulario cotidiano pero, como diría Jorge Scala en su obra La ideología de género, o el género como herramienta de poder, este fenómeno, que lejos está de ser meramente casual o producto de una moda idiomática pasajera, obedece a una manipulación interesada del lenguaje. Sabido es que quien se apropia, en términos de poder, del lenguaje, se asegura los casilleros iniciales de la partida.
Para muchas personas, “género” vendría a ser un modo elegante y fino de sustituir el vocablo sexo. Pero, a tenor de las definiciones de la Real Academia de la Lengua, no debe olvidarse que mientras las cosas (o las palabras) tienen género, las personas, en cambio, no poseen un género, sino un sexo determinado. Son masculinas o femeninas.
Por tanto, desde lo gramatical, decir que una persona tiene “género masculino” o “género femenino” es incorrecto.
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