Jean-Paul Sartre: "No hay que creer, empero, que una moral del 'laisser-faire' y de la tolerancia respetaría mejor la libertad ajena; desde el momento en que existo, establezco un límite de hecho a la libertad del Prójimo, 'soy' ese límite, y cada uno de mis proyectos traza ese límite en torno al Otro: la caridad, el 'laisser-faire', la tolerancia –o cualquier actitud abstencionista– es un proyecto de mí mismo que me compromete y compromete al prójimo en su asentimiento. Realizar la tolerancia en torno al Prójimo es hacer que éste sea proyectado por la fuerza a un mundo tolerante. Es quitarle, por principio, esas libres posibilidades de resistencia valerosa, de perseverancia, de afirmación de sí, que hubiera tenido ocasión de desarrollar en un mundo de intolerancia. Lo cual es aún más manifiesto si se considera el problema de la educación: una educación severa trata al niño como instrumento, puesto que intenta plegarlo por la fuerza a valores que él no ha admitido; pero una educación liberal, no por usar de otros procedimientos deja de hacer una elección 'a priori' de los principios y los valores en nombre de los cuales será tratado el niño. Tratar al niño con persuasión y dulzura no es constreñirlo menos. Así, el respeto de la libertad ajena no es más que una palabra vana: aun si pudiéramos proyectar respetar esa libertad, cada actitud que tomáramos respecto del otro sería una violación de esa libertad que pretendíamos respetar. La actitud extrema, que se daría como total indiferencia frente al otro, no es tampoco solución: estamos ya arrojados al mundo frente al otro; nuestro surgimiento es libre limitación de su libertad, y nada, ni siquiera el suicidio, puede modificar esa situación originaria: cualesquiera que sean nuestros actos, en efecto, los cumplimos en un mundo en que hay ya otros y en que estoy 'de más' con respecto a los otros" («El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica»; Barcelona: Altaya, 1993 [1943], página 433).
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