5 mar 2016

LAUDATO SI’: una síntesis


La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas que recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2).

«Esta hermana protesta por el daño que le hacemos por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que
Dios ha puesto en ella» (2). Su gemido, unido al de los pobres, interpela nuestra conciencia «a reconocer los
pecados contra la creación» (8). El Papa nos lo recuerda retomando las palabras de Bartolomé, Patriarca
Ecuménico de Constantinopla: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica [...], contribuyan al
cambio climático, [...], contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados» (8).

La respuesta adecuada a esta consciencia es la que San Juan Pablo II llamaba «una conversión ecológica
global» (5). En este recorrido, San Francisco de Asís «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es
débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. […] En él se advierte hasta qué punto son
inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la
paz interior.» (10).

La Encíclica Laudato si’ se desarrolla en torno al concepto de ecología integral, como paradigma capaz de
articular las relaciones fundamentales de la persona: con Dios, consigo misma, con los demás seres humanos
y con la creación. Como explica el Papa mismo en el n. 15, este recorrido inicia (cap. I) por la escucha de la
situación a partir de los más recientes conocimientos científicos disponibles hoy, para «dejarnos interpelar
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual que sigue»: la ciencia es el instrumento
privilegiado a través del que podemos escuchar el grito de la tierra.

El siguiente paso (cap. II) retoma la riqueza de la tradición judeo-cristiana, sobre todo los textos bíblicos y la
elaboración teológica basada en ellos. El análisis se dirige después (cap. III) «a las raíces de la situación actual, para entender no sólo los síntomas, sino también las causas más profundas».

El objetivo es elaborar las bases de una ecología integral (cap. IV) que, en sus distintas dimensiones,
comprenda «el lugar específico que el ser humano ocupa en este mundo y su relaciones con la realidad que
lo rodea».

Sobre esta base, el Papa Francisco propone (cap. V) una serie de líneas de renovación de la política
internacional, nacional y local, de los procesos de decisión en el ámbito público y de iniciativa privada, de la
relación entre política y economía y entre religiones y ciencias, basadas en un diálogo transparente y honesto.
Finalmente, sobre la base de la convicción de que «todo cambio necesita motivaciones y un camino
educativo», el cap. VI propone «algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la
experiencia espiritual cristiana». En esta línea, la Encíclica se cierra ofreciendo el texto de dos oraciones, la
primera para compartir con los creyentes de otras religiones y la segunda entre los cristianos, retomando la
actitud de contemplación orante con la que se iniciaba el texto.

Cada capítulo afronta una temática propia con su método específico, pero a lo largo de la Encíclica hay
algunos ejes temáticos que se retoman y enriquecen constantemente: «la íntima relación entre los pobres y
la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma
y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la
economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de
debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del
descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida» (16).

El diálogo que el Papa Francisco propone como método para afrontar y resolver los problemas ambientales,
se practica dentro del texto mismo de la Encíclica, que retoma las aportaciones de filósofos y teólogos no
sólo católicos, sino también ortodoxos (el citado Patriarca Bartolomé) y protestantes (el francés Paul
Ricoeur), además del místico musulmán Ali Al-Khawas. Sucede lo mismo en la clave de colegialidad que el
Papa Francisco propone a la Iglesia desde el inicio de su propio ministerio: junto a las referencias al
magisterio de sus predecesores y de otros documentos vaticanos (en p articular del Pontificio Consejo para
la Justicia y la Paz), refiere numerosas declaraciones de Conferencias episcopales de todos los continentes.
En el centro del recorrido de la Laudato si’ encontramos este interrogante: “¿Qué tipo de mundo queremos
dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” (160). El Papa Francisco prosigue: “Esta
pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo
fragmentario”, sino que nos lleva a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y los valores que
fundamentan la vida social: “: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué
trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Si no nos planteamos estas preguntas de fondo
–dice el Pontífice– no creo que nuestras preocupaciones ecológicas obtengan efectos importantes” (160).
Está claro que después de la Laudato si’, el examen de conciencia –instrumento que la Iglesia ha
recomendado siempre para orientar la propia vida a la luz de la relación con el Señor– deberá incluir una
nueva dimensión que considere no sólo cómo se ha vivido la comunión con Dios, con los otros y con uno
mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza.

La atención de los medios hacia la Encíclica antes de su publicación se ha concentrado en particular sobre los aspectos ligados a las políticas ambientales de la agenda global que actualmente están en discusión.
Ciertamente la Laudato si’ podrá y deberá tener un impacto sobre las importantes y urgentes decisiones que
se deben tomar en este campo. Sin embargo, no debe pasar a segundo plano la naturaleza magisterial,
pastoral y espiritual del documento, cuyas dimensiones, amplitud y profundidad no deben reducirse al
ámbito de la definición de políticas ambientales.

LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA (17-61)

El capítulo asume los más recientes descubrimientos científicos en materia ambiental como modo para
escuchar el grito de la creación, “atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y
así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (19). Se afrontan así “varios aspectos de
la actual crisis ecológica” (15).
1. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte (20-22)
El clima como bien común (23-26)
2. La cuestión del agua (27-31)
3. Pérdida de biodiversidad (32-42)
4. Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia social (43-47)
5. Inequidad planetaria (48-52)
6. La debilidad de las reacciones (53-59)
7. Diversidad de opiniones (60-61)
Contaminación, basura y cultura del descarte: La contaminación afecta cotidianamente la vida de las
personas, con graves consecuencias para su salud, al grado de provocar millones de muertes prematuras.
(20), y «La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería» (21).

El origen de estas dinámicas está en la «cultura del descarte», que deberemos contrarrestar adoptando
modelos de producción basados en la reutilización y el reciclaje, disminuyendo el uso de recursos no
renovables. Desgraciadamente, «los avances en este sentido son todavía muy escasos» (22).
El cambio climático: es un «problema con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas» (25). Conservar el clima, bien común, «plantea uno de los principales desafíos
actuales para la humanidad» (25). Los cambios climáticos afectan a poblaciones enteras y están entre las
causas de los movimientos migratorios, pero «muchos de aquellos que tienen más recursos y poder
económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los
síntomas» (26); al mismo tiempo, «la falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y
hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el
cual se funda toda sociedad civil» (25).

La cuestión del agua: poblaciones enteras, especialmente los niños, enferman y mueren por consumir agua
no potable, y las aguas subterráneas están amenazadas por la contaminación que producen industrias y
ciudades. El Pontífice afirma sin ambages que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es
condición para el ejercicio de los demás derechos humanos» (30). Privar a los pobres del acceso al agua
significa «negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (30).

La pérdida de la biodiversidad: La extinción de especies animales y vegetales, causada por la humanidad,
modifica el ecosistema y no podemos prever las consecuencias en el futuro. «Cada año desaparecen miles
de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre» (33). Las distintas especies no son sólo eventuales “recursos” aprovechables: tienen un valor en sí mismas y no en función del ser humano. «Porque todas las criaturas están conectadas, [...] y todos los seres nos necesitamos unos a otros» (42). Por ello es necesario custodiar los lugares que aseguran el equilibrio del ecosistema y por tanto de la vida. Con frecuencia intereses económicos internacionales
obstaculizan este cuidado (38).

Calidad de la vida humana y decadencia social. El modelo actual de desarrollo condiciona directamente la
calidad de vida de la mayoría de la humanidad, y muestra que «que el crecimiento de los últimos dos siglos
no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral» (46). «Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso» (44), se vuelven así inhóspitas para la salud, y es muy limitado el contacto con la naturaleza a excepción de los espacios reservados para unos pocos privilegiados (45).

Inequidad global: «el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta» (48), que es la mayor parte de la población mundial. En los debates económico políticos
internacionales éstos se consideran simplemente «daños colaterales» (49). Por el contrario, «un verdadero
planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, [...] para escuchar tanto el clamor de la tierra
como el clamor de los pobres» (49). La solución no es la reducción de la natalidad, sino el abandono del
«consumismo extremo y selectivo» de una minoría de la población mundial (50).

La debilidad de las reacciones. Conociendo las profundas divergencias que existen respecto a estas
problemáticas, el Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las
reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos (58),
señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad» (59). Faltan una cultura adecuada (53) y
la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema
normativo que [...] asegure la protección de los ecosistemas» (53).

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