9 feb 2014
DEL LENGUAJE, DEL SÍMBOLO Y DE LA INTERPRETACIÓN. S. FREUD.
¿Por qué este interés por el psicoanálisis, que no justifican ni la
competencia del analista ni la experiencia del analizado?
Nunca se justifica enteramente la decisión de escribir un libro; tanto más
cuanto que nadie está obligado a exhibir sus motivaciones ni distraerse
en una confesión. Se podría intentar, aunque no dejaría de ser una
ilusión. Pero el filósofo no puede, él menos que nadie, rehusarse a
dar sus razones. Yo lo haré situando mi investigación en un campo
más amplio de interrogación y vinculando la singularidad de mi interés
a una manera común de plantear los problemas.
Me parece que un terreno en el que coinciden hoy todas las
indagaciones filosóficas es el del lenguaje. Ahí se cruzan las investigaciones
de Wittgenstein, la filosofía lingüística de los ingleses, la
fenomenología surgida de Husserl, los estudios de Heidegger, los
trabajos de la escuela bultmanniana y las otras escuelas de exégesis
neotestamentaria, los trabajos de historia comparada de las religiones
y de antropología que se ocupan del mito, el rito y la creencia y, por
fin, el psicoanálisis.
Estamos hoy en busca de una gran filosofía del lenguaje que dé
cuenta de las múltiples funciones del significar humano y de sus
relaciones mutuas. ¿Cómo puede aplicarse el lenguaje a empleos
tan diversos como la matemática y el mito, la física y el arte?
No es por azar por lo que nos planteamos hoy esta cuestión. Somos
precisamente esos hombres que disponen de una lógica simbólica, de
una ciencia exegética, de una antropología y de un psicoanálisis, y que
—por primera vez, quizá— son capaces de abarcar como una cuestión
única la del remembramiento del discurso humano; en efecto,
el progreso mismo de disciplinas tan dispares como las que hemos
mencionado ha puesto de manifiesto y agravado a la vez la dislocación
de este discurso; la unidad del hablar humano constituye hoy
un problema. Tal es el horizonte más vasto sobre el que destaca nuestra investigación.
Este estudio no pretende de ningún modo ofrecer esa
gran filosofía del lenguaje que estamos esperando. Dudo, por otra
parte, de que un solo hombre pueda elaborarla: el Leibniz moderno
que tuviese esa ambición y capacidad debería ser matemático cabal,
exégeta universal, crítico versado en varias artes y buen psicoanalista.
Mientras esperamos a ese filósofo del lenguaje integral, quizá sea
posible explorar algunas articulaciones clave entre disciplinas vinculadas
al lenguaje; a esa investigación quiere contribuir el presente
ensayo.
Lo que quiero establecer desde ahora es que el psicoanalista es,
por decirlo así, parte comprometida en este gran debate sobre el
lenguaje.
En primer lugar, el psicoanálisis pertenece a nuestro tiempo por
la obra escrita de Freud. Es así como se dirige a los no analistas y a
los no analizados; sé bien que sin la práctica una lectura de Freud
queda truncada y se expone a no abrazar sino un fetiche; pero si esta
aproximación al psicoanálisis por los textos tiene límites que sólo
la práctica podría salvar, en cambio tiene la ventaja de mostrar sobre
todo un aspecto de la obra de Freud que la práctica puede enmascarar,
aspecto que se expone a omitir una ciencia a la que sólo
preocupe dar cuenta de lo que pasa en la relación analítica. Una
meditación sobre la obra de Freud tiene el privilegio de revelar su
designio más vasto, que fue no sólo renovar la psiquiatría, sino reinterpretar
la totalidad de los productos psíquicos que pertenecen al
dominio de la cultura, desde el sueño a la religión, pasando por el arte
y la moral. Es por esta razón por la que el psicoanálisis pertenece a la
cultura moderna; interpretando la cultura es como la modifica; dándole
un instrumento de reflexión es como la marca en forma perdurable.
La alternancia en la obra de Freud entre investigación médica y
teoría de la cultura da testimonio de la amplitud del proyecto freudiano.
Por cierto, es en la última parte de la obra de Freud donde
se encuentran acumulados los grandes textos sobre la cultura.1 Sin
embargo, no habría que representarse al psicoanálisis como una psicología
del individuo tardíamente traspuesta a una sociología de la
cultura; un examen sumario de la bibliografía freudiana muestra que
los primeros textos sobre el arte, la moral, la religión, siguen de cerca
a La interpretación de los sueños, y luego se desarrollan paralela
mente a los grandes textos doctrinales: ensayos de Metapsicología
(1913-1917), Más allá del principio del placer (1920), El "Yo" y el
"Ello" (1923).3 En realidad, hay que remontarse más atrás para captar
la articulación de la teoría de la cultura con la del sueño y de la
neurosis; es en La interpretación de los sueños de 1900 donde se
esboza la aproximación con la mitología y la literatura. Que el
sueño es la mitología privada del durmiente y el mito el sueño despierto
de los pueblos, que al Edipo de Sófocles y al Hamlet de
Shakespeare corresponde la misma interpretación que al sueño, he
aquí lo que proponía la Traumdeutung desde 1900. Ése será nuestro
problema.
Sea cual fuere esta dificultad, no es únicamente por su interpretación
de la cultura por lo que el psicoanálisis se inscribe en el gran
debate contemporáneo sobre el lenguaje. Haciendo del sueño no sólo
el primer objeto de su investigación sino un modelo —en el sentido
que discutiremos más adelante— de todas las expresiones disfrazadas,
sustituidas, ficticias del deseo humano, Freud invita a buscar en el
sueño mismo la articulación del deseo y del lenguaje; y esto de múltiples
maneras: primero, no es el sueño soñado lo que puede ser
interpretado, sino el texto del relato del sueño; es a este texto al que
el análisis quiere sustituir por otro texto que sería como la palabra
primitiva del deseo; de modo que el análisis se mueve de un sentido
a otro sentido; de ningún modo es el deseo como tal lo que se halla
situado en el centro del análisis, sino su lenguaje. Cómo se articula
en el freudismo esta semántica del deseo con la dinámica que designan
las nociones de descarga, de represión, de investición, etc., lo
discutiremos más adelante. Pero lo que importa plantear desde
el principio es que esta dinámica —o esta energética, y aun esta
hidráulica— del deseo y la represión no se enuncia sino en una
semántica: las "vicisitudes de las pulsiones", para retomar un término
de Freud,* no pueden alcanzarse más que en las vicisitudes
del sentido. Ahí está la razón profunda de todas las analogías entre
sueño y chiste, sueño y mito, sueño y obra de arte, sueño e "ilusión"
religiosa, etc. Todos estos "productos psíquicos" pertenecen a la
circunscripción del sentido y se refieren a una única cuestión:
¿cónviene la palabra al deseo?, ¿cómo frustra el deseo a la palabra y a su
vez fracasa él mismo en su intento de hablar? Justamente es esta
nueva apertura al conjunto del hablar humano, a lo que quiere decir
el hombre deseante, lo que da derecho al psicoanálisis a participar
en el gran debate sobre el lenguaje. PAÚL RICOEUR
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