EN LAS sobremesas suele escucharse a algún
señor gordo y calvo, con el aspecto satisfecho de los comerciantes prósperos,
decir esta frase, leída seguramente en alguna revista mientras esperaba que lo
atendieran en la peluquería:
La filosofía es un juego intelectual para
solaz del espíritu...
Si los muertos escuchan las conversaciones de
los vivos, deben de ser muchos los filósofos decapitados, quemados, torturados
y proscritos que se revuelven inquietos en sus tumbas al escuchar frases así.
Desde Anaxágoras, los filósofos han
desempeñado un papel similar al de los periodistas de oposición, y, cómo éstos,
con frecuencia, han sido recompensados por los gobiernos con vacaciones pagadas
y corte de pelo gratis en alguna caleta solitaria e inhóspita. Con mayor
frecuencia aún, han sido invitados cordialmente a quemar sus libros, a cortarse
las venas, a brindar con cicuta o a calentarse al calor de la hoguera.
La larga lista de filósofos atendidos
especialmente por las autoridades comienza con Anaxágoras, que vivió en Atenas
en la misma época que Pericles. Anaxágoras fue el primer hombre que introdujo
la filosofía en Atenas, probablemente en un baúl de doble fondo.
Con toda inocencia, sin pensar que eso le
podía acarrear disgustos, dijo que el sol es una piedra incandescente y que la
luna está hecha de tierra.
No sabía Anaxágoras que los sacerdotes
atenienses vivían de las limosnas que recibían para rendirles culto a Helios y
a Selene, nombres que les daban al sol y a la luna para emborrachar la perdiz.
Convertir al dios Sol y a la diosa Luna en una piedra caliente y una piedra
fría, respectivamente, era tan herético como antieconómico, así es que los
sacerdotes se las arreglaron para que Anaxágoras recibiera por correo una
concha de ostra, pero sin ostra. La concha de ostra era usada por los griegos
como un símbolo de repudio. Desempeñaba un papel similar al que siglos más
tarde tuvieron las pepitas de naranja que enviaban los miembros del KuKluxKlan. Anaxágoras era un hombre valiente, y no se
inquietó mucho por aquella clara invitación a abandonar Atenas. Continuó, pues,
dando a conocer sus doctrinas. Dijo, entre otras cosas, que todo es
infinitamente divisible. Nadie dijo nada. Pero cuando aseguró que la luna tiene
habitantes, entonces se levantó entre los sacerdotes un clamor de protesta:
—¡Qué atrevimiento! ¡Asegurar que la diosa Selene
tiene habitantes, así como los perros tienen pulgas!...
Y enviaron a Anaxágoras una concha de ostión
con un mensaje que decía:
Estamos de acuerdo con usted en que todo es
infinitamente divisible. Pensamos hacer una demostración pública con su persona.
—Más claro, echarle agua —dijo Anaxágoras, y
puso pies en polvorosa.
Y de él nunca más se supo.
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