29 sept 2013

SANTO TOMÁS DE AQUINO


ESTE FILÓSOFO nació en Aquino en 1225. No debe ser confundido con el Santo Tomás que dijo “ver para creer”. Ese fue Tomás el Desconfiado.
Su pensamiento está contenido principalmente en sus obras “La suma teológica”, “La suma contra los gentiles” y “Las humas y el pastel de choclo”.
Uno de los problemas más interesantes que se planteó es el de la resurrección de la carne. Como saben todos los que han estudiado el catecismo, el día del Juicio Final los restos mortales de todos los hombres que han existido se reconstituirán y formarán nuevamente sus cuerpos, de modo que en la Eternidad entraremos los malos también en cuerpo y alma. Pues bien, Tomás se preguntó “¿Cómo se solucionará el caso de los caníbales, hijos y nietos de caníbales, en los cuales cada célula está hecha de sustancias que pertenecieron a otros hombres? Esas sustancias ¿qué cuerpo contribuirán a formar el día del Juicio Final: el de caníbal o el del devorado?”
Misterio.

La vida de Santo Tomás está repleta de milagros. En una ocasión, después de escribir una teoría sobre uno dé los más peliagudos problemas teológicos, se sintió inseguro en cuanto a si había escrito algo acertado o errado. Entonces ocurrieron dos milagros al hilo 1º, una aparición le dijo al santo: Tu teoría es correcta, hijo mío, pues la escribiste bajo inspiración divina, y 2º, Tomás, al escuchar eso, se elevó del suelo como medio metro, y permaneció suspendido en el aire durante varios minutos, como un cosmonauta en órbita.
Cuando los demás teólogos supieron que Tomás había infringido la ley de gravedad, varios de ellos, que le tenían envidia, sostuvieron que toda infracción ala ley, cualquiera que ésta sea, debe ser castigada. Pero los otros teólogos se manifestaron partidarios de la canonización del aquinense apenas muriera.
Otros milagros menos espectaculares relatan sus biógrafos, tales como curación de enfermos y cosas por el estilo, pero éstos son milagros de poca monta, que pueden realizar hasta, las “animitas” de los que atropella el tren.

Una noche del año 1274 entró Tomás de Aquino a comprar cigarrillos a un boliche de mala muerte, y un curadito bastante macizo que había junto al mesón lo invitó a beber, diciéndole:
—¿Tomás?
—Aquino —repuso el santo, creyendo que le preguntaban el resto de su nombre.
El borrachito entendió que el santo no quería tomar con él, y, ofendido, le dio tal paliza que el filósofo expiró allí mismo.


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