ESTE FILÓSOFO nació en Aquino en 1225. No debe
ser confundido con el Santo Tomás que dijo “ver para creer”. Ese fue Tomás el
Desconfiado.
Su pensamiento está contenido principalmente
en sus obras “La suma teológica”, “La suma contra los gentiles” y “Las humas y
el pastel de choclo”.
Uno de los problemas más interesantes que se
planteó es el de la resurrección de la carne. Como saben
todos los que han estudiado el catecismo, el día del Juicio Final los restos
mortales de todos los hombres que han existido se reconstituirán y formarán nuevamente sus cuerpos, de modo que en la
Eternidad entraremos —los malos también— en cuerpo y alma. Pues bien, Tomás se preguntó “¿Cómo se
solucionará el caso de los caníbales, hijos y nietos de caníbales, en los cuales cada
célula está hecha de sustancias que
pertenecieron a otros hombres? Esas sustancias ¿qué cuerpo contribuirán a formar el día del Juicio Final: el de caníbal o el del devorado?”
Misterio.
La vida de Santo Tomás está repleta de
milagros. En una ocasión, después de escribir una teoría sobre uno dé los más
peliagudos problemas teológicos, se sintió inseguro en cuanto a si había
escrito algo acertado o errado. Entonces ocurrieron dos milagros al hilo 1º, una aparición le dijo al santo: “Tu teoría es correcta, hijo mío, pues la escribiste bajo inspiración divina”, y 2º, Tomás, al escuchar eso, se
elevó del suelo como medio metro, y permaneció suspendido en el aire durante varios minutos, como un cosmonauta
en órbita.
Cuando los demás teólogos supieron que Tomás
había infringido la ley de gravedad, varios de ellos, que le tenían envidia,
sostuvieron que toda infracción ala ley, cualquiera que ésta sea, debe ser
castigada. Pero los otros teólogos se manifestaron partidarios de la canonización del aquinense apenas
muriera.
Otros milagros menos espectaculares relatan
sus biógrafos, tales como curación de enfermos y cosas por
el estilo, pero éstos son milagros de poca monta, que pueden realizar hasta,
las “animitas” de los que atropella el tren.
Una noche del año 1274 entró Tomás de Aquino a
comprar cigarrillos a un boliche de mala muerte, y un curadito bastante macizo
que había junto al mesón lo invitó a beber, diciéndole:
—¿Tomás?
—Aquino —repuso el santo, creyendo que le
preguntaban el resto de su nombre.
El borrachito entendió que el santo no quería
tomar con él, y, ofendido, le dio tal paliza que el filósofo expiró allí mismo.
Si serás imbécil!!
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