GREGORIO era hijo de un millonario, y se crió
en medio del lujo. Como es lógico, tenía muchos juguetes, los que elegía
cuidadosamente su madre, que era muy beata. Ella jamás quiso comprar a Gregorio
—”mi Goyito regalón” lo llamaba— revólveres, soldaditos de plomo, ni tanques
con cuerda. En cambio, le regalaba medallitas, estampas religiosas, pequeñas
iglesias para armar y frailecitos de plomo. La influencia de su madre fue
decisiva para Gregorio: a los treinta y cinco años regaló su fortuna para que
se fundaran monasterios, convirtió su propio pala‐cio en convento, y adoptó los hábitos benedictinos. Quince años después, Gregorio ya era Papa.
La obra cumbre de este gran hombre fue su
libro “Cómo deben escribirse las cartas”. En esto Gregorio fue un maestro.
Escribió cientos de amables cartas, pletóricas de hermosos elogios para sus
destinatarios, aunque con numerosas faltas de ortografía, pues según el ilustre
prelado, que en esto estaba de acuerdo con muchos de sus colegas de aquella
época, el conocimiento pervierte a los hombres.
Una de las cartas más famosas de Gregorio es
la que dirigió a Desiderio, obispo de Viena. Su texto reza así:
iJo mioh: e thenido
notisia qe daz klasez de gramhatika, lo que devez dejar de aser inmediatamente,
por qe ez algo eccekravle i bil. te rhuego qe degez de aser ezaz klacez oh de
otro mhodo lo pazaraz mal. seria una berdadera laztima qe murieraz tan joben.
tu amigo Gollo.
Con esas cartas, escritas con la cortesía más
exquisita, Gregorio consiguió que el rebelde clero de entonces se sometiera a
él más que a otros Papas anteriores.
Otras amables cartas las dirigió a las autoridades
políticas, con las que siempre se llevó muy bien.
Escribió muchas al emperador Mauricio, manifestándole su más ferviente admiración y su leal adhesión. Un día, sin embargo, un caudillo popular asesinó al emperador Mauricio. Después limpió su cuchillo y ocupó el trono. Al día
siguiente, el nuevo emperador comenzó a recibir cartas de Gregorio, en las que
éste le manifestaba su más ferviente admiración y su leal adhesión.
Gracias a esta hábil política Gregorio pasó a la Historia con el
apodo de El Grande
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