29 sept 2013

GREGORIO EL GRANDE


GREGORIO era hijo de un millonario, y se crió en medio del lujo. Como es lógico, tenía muchos juguetes, los que elegía cuidadosamente su madre, que era muy beata. Ella jamás quiso comprar a Gregorio —”mi Goyito regalón” lo llamaba— revólveres, soldaditos de plomo, ni tanques con cuerda. En cambio, le regalaba medallitas, estampas religiosas, pequeñas iglesias para armar y frailecitos de plomo. La influencia de su madre fue decisiva para Gregorio: a los treinta y cinco años regaló su fortuna para que se fundaran monasterios, convirtió su propio palacio en convento, y adoptó los hábitos benedictinos. Quince años después, Gregorio ya era Papa.
La obra cumbre de este gran hombre fue su libro “Cómo deben escribirse las cartas”. En esto Gregorio fue un maestro. Escribió cientos de amables cartas, pletóricas de hermosos elogios para sus destinatarios, aunque con numerosas faltas de ortografía, pues según el ilustre prelado, que en esto estaba de acuerdo con muchos de sus colegas de aquella época, el conocimiento pervierte a los hombres.
Una de las cartas más famosas de Gregorio es la que dirigió a Desiderio, obispo de Viena. Su texto reza así:

iJo mioh: e thenido notisia qe daz klasez de gramhatika, lo que devez dejar de aser inmediatamente, por qe ez algo eccekravle i bil. te rhuego qe degez de aser ezaz klacez oh de otro mhodo lo pazaraz mal. seria una berdadera laztima qe murieraz tan joben. tu amigo Gollo.

Con esas cartas, escritas con la cortesía más exquisita, Gregorio consiguió que el rebelde clero de entonces se sometiera a él más que a otros Papas anteriores.
Otras amables cartas las dirigió a las autoridades políticas, con las que siempre se llevó muy bien. Escribió muchas al emperador Mauricio, manifestándole su más ferviente admiración y su leal adhesión. Un día, sin embargo, un caudillo popular asesinó al emperador Mauricio. Después limpió su cuchillo y ocupó el trono. Al día siguiente, el nuevo emperador comenzó a recibir cartas de Gregorio, en las que éste le manifestaba su más ferviente admiración y su leal adhesión.

Gracias a esta hábil política Gregorio pasó a la Historia con el apodo de El Grande

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