12 sept 2013

ISAAC NEWTON.




Discurso del Papa Juan Pablo II a los participantes en el Congreso organizado por el Observatorio Astronómico Vaticano, con ocasión del III centenario de la publicación de la Obra de Isaac Newton "Philosophiae Naturalis Principia Mathematica”
26 de septiembre, 1987

(Publicado en L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 31 de enero de 1988, pp. 69-70)

Eminencias, excelencias, distingui­dos invitados, señoras y señores:

Iglesia y academia

          1. Tengo el placer de considerar nuestro encuentro de esta mañana como un diálogo entre la Iglesia y la Academia, que tienen, cada una en su propio orden, enormes res­ponsabilidades ante Dios. Ambas han estado unidas durante cientos de años: La comunidad docta y aca­démica se remonta a los orígenes del conocimiento racional; la Iglesia se remonta a la enseñanza de Jesu­cristo, la última y definitiva Palabra de Dios, que lleva a cumplimiento la Alianza que Dios ha hecho con la humanidad desde sus inicios. Du­rante siglos estos contactos gozaron de apoyo mutuo, pero desde la lla­mada "revolución científica" de principios del siglo XVII, empezó a producirse un distanciamiento pro­gresivo. Hoy nos encontramos con ocasión del tercer centenario de la publicación de la obra "Philosophiae Naturalis Principia Mathematica" de Isaac Newton, y es también oportuno que, mientras nos acerca­mos a la década que conduce al fin de este milenio, iniciemos juntos una serie de reflexiones sobre la re­lación que, de acuerdo con la tradi­ción de la Iglesia, debería promo­verse entre la ciencia y la fe.

          Al reunimos hoy aquí, deseo ex­presar una palabra especial de agra­decimiento al Observatorio Vati­cano, que acoge esta conferencia en nombre de la Santa Sede y que ha dedicado muchos meses a preparar diligentemente la conmemoración de este acontecimiento histórico. Agra­dezco también la asistencia de otros patrocinadores como la Pontificia Academia de las Ciencias, el Pontifi­cio Consejo para la Cultura, la Ponti­ficia Universidad Gregoriana y la Pontificia Academia de Teología de Cracovia. Os agradezco mucho vuestra ayuda generosa y vuestra cooperación.

          Deseo además dar la bienvenida de un modo especial a los miem­bros del Colegio de Cardenales y los miembros del Cuerpo Diplomático, Os agradezco a todos los deseos de expresar vuestro interés y apoyo con vuestra presencia en este mo­mento.

Unidad y verdad

          2. Una de las características de nuestro mundo es su dificultad en superar la fragmentación en la es­fera del saber y en la vida social. Incluso dentro de la comunidad académica, persiste también con demasiada frecuencia la separación entre saber y valores, y un cierto aislamiento entre las distintas cul­turas Ccientífica, humanista y reli­giosaChace que el diálogo común sea difícil y, a veces, incluso impo­sible. Sin embargo, casi como con­traposición, podemos descubrir dentro de cada una de nuestras co­munidades, especialmente durante el último siglo, una creciente llamada a la unidad, porque la unidad es uno de los atributos de la verdad. Alcanzar y proclamar la verdad es nuestro objetivo común: la Acade­mia realiza este objetivo investi­gando y relacionando entre sí las leyes del orden natural, y la Iglesia lo realiza dando testimonio, en la diversidad de sus culturas, de la unidad del Espíritu del Dios vivo.

Diálogo y reconciliación

          3. Como nunca en toda su his­toria, la Iglesia ha entrado en el movimiento de la unión de todos los cristianos, promoviendo el estu­dio en común, la oración y el diálo­go para que "todos sean uno" (Jn 17, 20). En los últimos decenios hemos sido testigos en el seno de la Iglesia de una tendencia dinámica y multiforme a promover la reconcilia­ción y la unidad.

Un tal desarrollo tampoco nos tendría que sorprender. La comuni­dad cristiana, moviéndose tan mar­cadamente en esta dirección, está realizando siempre con mayor inten­sidad la actividad de Cristo en ella: "Porque, a la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo" (2 Cor 5, 19). Nuestra misma naturaleza como Iglesia im­plica esta constante dedicación "para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52).

Integración entre los diversos campos del saber

          4. La búsqueda de la verdad se puede observar también en los es­fuerzos realizados por los científicos en las ciencias físicas, biológicas y sociales: esfuerzos realizados como respuesta a la necesidad de superar la fragmentación en el saber y al­canzar un mayor grado de integra­ción, para así acercarse más a la unidad de la verdad. Si tomamos como ejemplo la física contemporá­nea, el intento de unificar las cuatro fuerzas físicas fundamentales Cgravedad, electromagnetismo, in­teracciones nucleares fuertes y dé­bilesCnos encontramos ante un gran éxito. En un mundo con una especialización tan detallada como el de la física contemporánea, existe este progreso subyacente, que con­duce todo esto hacia la convergen­cia. La construcción de puentes entre los diferentes campos del sa­ber científico ha sido intentada, sin menos éxito, por la teoría de los sistemas generales, que identifica las estructuras isomórficas entre las ciencias físicas, biológicas e incluso sociales, y permite de este modo un progreso de interrelación entre la comprensión de cada una.

Progreso y colaboración

          5. Este proceso conduce a la unificación de especializaciones enormemente divergentes. También encamina a los científicos hacia una comunidad científica más profunda­mente humana, estructurada según su iniciativa común y favorecida por los intereses comunes y el inter­cambio científico. La comunidad científica descubre su más amplia unidad, cuando integra el vasto horizonte del saber acercándose a la única verdad. Por su parte, la Igle­sia experimenta su unidad cuando confiesa la misma fe, incluso en la legítima diversidad de sus expre­siones.

          Ahora bien, podemos preguntar­nos si estas tendencias dinámicas hacia la unidad y la verdad dentro de nuestras dos comunidades están o no alcanzando un punto de inter­sección. )Está dispuesta la cristian­dad a establecer una colaboración más profunda con la ciencia, un in­tercambio más fructífero en el que se mantenga la integridad de ambas y se promueva el progreso de cada una? )Está dispuesta la comunidad científica a trabajar colaborando más estrechamente con otras comu­nidades incluyendo la comunidad religiosa, no tomando ninguna decisión en materia de religión, pero trabajando con la Iglesia para construir una cultura que esté más de acuerdo con la dignidad hu­mana?

          La neutralidad o el desinterés entre nosotros ya no es posible. Los seres humanos, si son sanos y ma­duros, no viven en dos o tres mun­dos diferentes. No pueden existir en muchos compartimentos herméti­camente cerrados en los que persi­gan intereses divergentes y desde los que evalúen y juzguen su mundo.

La teología

          6. Pero la búsqueda de la uni­dad entre la ciencia y la fe no sólo responde a una necesidad subjetiva de armonía: corresponde a la es­tructura misma del saber, como la Iglesia ha enseñado siempre. En la era moderna la Iglesia ha sentido algunas veces la necesidad de preve­nir contra las pretensiones de la ciencia experimental de tener el mo­nopolio del conocimiento objetivo.

          En la fase actual de la historia cualquier malentendido que se haya producido en el pasa­do debe ser ahora superado. Los fundadores de la "Nueva Ciencia": Copérnico, Galileo, Bacon, Kepler, Descartes, Newton y otros, basaron el conoci­miento en experimentos y expresa­ron los resultados de sus experimen­tos en la lógica matemática. Las ob­servaciones que no encajaron en este modelo matemático abstracto no fueron tomadas en considera­ción. Se logró un enorme progreso en el campo de la física. Sin embar­go, este progreso tuvo como conse­cuencia el hecho de que el aplas­tante modelo del saber científico era la explicación mecanicista del universo.

          Reduciendo la ciencia a lo que puede ser medido, analizado y re­construido en un sistema matemá­tico de relaciones, la filosofía y sobre todo la teología fueron expul­sadas de la esfera del saber cien­tífico.

          Es cierto que históricamente las distintas ramas del saber se emanci­paron de la teología, en la misma medida que la teología había sido un sistema universal para explicar todo, incluso el mundo físico. Por tanto, en este sentido, nadie niega que la adquisición del método expe­rimental produjo un progreso tanto para las ciencias recién emancipa­das como para la misma teología, que se sintió entonces obligada a precisar más el objeto específico de su investigación.

          Por otra parte, no se puede negar que el renunciar a cualquier inten­ción de alcanzar la esencia de las cosas, y al limitarse así a la medida de cantidades, la ciencia experimen­tal se corta la posibilidad de cono­cer el ser último, la realidad total que incluye el misterio de Dios mismo.

De hecho, la revolución científica ignoró la realidad de Dios y, en gran parte, ha soste­ni­do el prejuicio según el cual Dios y la realidad última estaban más allá del conoci­miento racio­nal.

La auténtica vocación de la inteligencia humana

          7. En este momento quiero re­cordar que la Iglesia católica sostie­ne que una reducción tal de la perspectiva del conocimiento racio­nal y científico no corresponde a la auténtica vocación de la inteligencia humana, ya que el hombre es crea­do uno en sus distintas facultades para cono­cer lo real, bien sea analí­tico o sintético, inductivo o deduc­tivo, observable o intuitivo. La Igle­sia, en el Concilio Vaticano I, en­señó y continúa defendiendo que Dios, el Creador de todas las cosas, que dirige el universo por medio de su"Logos", puede ser conocido in­cluso por los es­fuer­zos de la razón humana, si ésta le busca y usa la analogía del conocimiento natural y si con­tem­pla la mutua conexión existente entre los misterios y su relación con el fin último de la hu­ma­ni­dad.

          La teología es un modo de cono­cer la misma realidad que la razón explora con la ayuda de un método científico. La ciencia cambia sus métodos y consigue nuevos resulta­dos, pero su objeto sigue siendo el mismo. Sostenemos que este objeto no debe ser manipulado ni reducido a priori a un modelo matemático, sino que debe incluir la totalidad de lo real.

          La teología es el esfuerzo perma­nente de la fe hacia la auto-reflexión y la articulación. Es "fides quaerens intellectum". Esto implica un método que es fundamental­mente diferente del método experi­mental. La teología se ocupa en pri­mer lugar del estudio de la Palabra de Dios, como se expresa en la alianza de la creación y en la eco­nomía de la salvación. Sobre todo, la teología se basa en el hecho que "últimamente, en estos días, nos habló (Dios) por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos" (Heb 1, 2).

          La teología implica la continua comparación de la verdad que Dios nos ha revelado con el saber que nos proporciona la investigación científica. La realidad es una y la verdad es una, y sostenemos que existe una llamada intrínseca a la unidad del saber, ya sea que ésa proceda de la ciencia experimental o de la teología.

Dios es el Creador de la natura­leza y el Revelador de su finalidad. Por tanto, la teología es una cien­cia, la ciencia de la realidad última y de la interpretación de la totali­dad del saber humano y de la expe­riencia desde el punto de vista de esa Realidad última, que la razón, por sí sola, no puede alcanzar.

La cultura

          8. En su propio esfuerzo, la teo­logía mantiene un diálogo vivo y constante con la cultura de su tiem­po. Nuestra civilización es testigo de que desde sus inicios ha existido siempre un intercambio fructífero entre la fe cristiana y la cultura greco-romana. La teología no debe incorporar indiferentemente cada nueva teoría filosófica o científica. Sin embargo, ya que estos descubri­mientos pasan a formar parte de la cultura intelectual de la época, los teólogos deben entenderlos y probar su validez para llegar a la compren­sión de posibilidades no descubier­tas hasta el momento que están im­plícitas en el depósito de la fe cristiana.

          No puede haber contradicción entre los resultados obtenidos por la razón analítica y los alcanzados por la razón iluminada y guiada por la fe. Como afirmó el Concilio Vaticano II, "la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténti­camente científica y conforme a las normas morales, nunca será en rea­lidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios" (Gaudium et spes, 36). Por su expe­riencia la Iglesia sabe que la razón y la fe deber estar articuladas entre sí. La razón sin la fe es puro posi­tivismo o cientificismo. Sabemos que la razón es incapaz de propor­cionar respuestas a las preguntas fundamentales, a esas que realmente necesitan una respuesta: el sentido de la vida, la finalidad de la crea­ción, etc. Este enfoque, cerrado en sí mismo por sus presupuestos arbitrarios, nos ha dejado un mun­do sin unidad y sin armonía.

          Por otra parte, la fe sin la razón contradice la unidad de la creación de Dios, porque dios nos dio una capacidad de conocer que debe ser ejercitada como un asenso a los re­sultados de la investigación de la naturaleza o como un asenso a la Palabra de Dios. La razón ilumina­da por la fe no reduce el campo del saber racional a un estrecho concep­to de naturaleza. En la enseñanza de los doctores de la Iglesia, la na­turaleza incluye lo visible, lo men­surable, pero no está nunca aislada del misterio. Incluye Dios y su plan de salvación. Incluye el "Logos" eterno de Dios por el que todos los seres fueron creados y que se reveló al hacerse uno de nosotros en Jesu­cristo.

          En Cristo descubrimos que "esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero" (Jn 17, 3). Sí, el objeto último del saber es conocer a Dios, y la experiencia de amor es la forma más alta de cono­cimiento que no niega sino que lleva a la perfección lo imperfecto o parcial que alcanza el conocimiento analítico. Por esto la fe y la ciencia están intrínsecamente ordenadas hacia el mismo objeto: la verdad última que es Dios. El hombre ha recibido de Dios su Creador la capa­cidad tanto de conocer como de creer.

          Al recordar la obra maestra de Newton, damos gracias a Dios por­que el progreso de la ciencia ha hecho posible en nuestro tiempo la superación de barreras artificial­mente construidas entre la fe y el saber racional. Estamos convencidos de que al darnos cuenta de nuestra unidad como personas, podremos profundizar aún más en la conexión interna entre la ciencia de origen divino y fin de todas las cosas y la ciencia de sus funciones e interac­ciones mutuas, siendo esta última la ciencia que investiga racionalmente la creación que "ansiosa... está espe­rando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19).

          Que el Señor bendiga vuestros presentes y futuros estudios, y que su Espíritu os guíe en vuestra difícil pero indispensable misión.


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