Discurso del Papa Juan Pablo II a los participantes en el Congreso
organizado por el Observatorio Astronómico Vaticano, con ocasión del III
centenario de la publicación de la Obra de Isaac Newton "Philosophiae
Naturalis Principia Mathematica”
26 de septiembre, 1987
(Publicado en L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 31
de enero de 1988, pp. 69-70)
Eminencias,
excelencias, distinguidos invitados, señoras y señores:
Iglesia y academia
1.
Tengo el placer de considerar nuestro encuentro de esta mañana como un diálogo
entre la Iglesia y la Academia, que tienen, cada una en su
propio orden, enormes responsabilidades ante Dios. Ambas han estado unidas
durante cientos de años: La comunidad docta y académica se
remonta a los orígenes del conocimiento racional; la Iglesia se
remonta a la enseñanza de Jesucristo, la última y definitiva Palabra de Dios,
que lleva a cumplimiento la Alianza que Dios ha hecho con la humanidad desde
sus inicios. Durante siglos estos contactos gozaron de apoyo mutuo, pero desde
la llamada "revolución científica" de principios del siglo XVII,
empezó a producirse un distanciamiento progresivo. Hoy nos encontramos con
ocasión del tercer centenario de la publicación de la obra "Philosophiae
Naturalis Principia Mathematica" de Isaac Newton, y es también
oportuno que, mientras nos acercamos a la década que conduce al fin de este
milenio, iniciemos juntos una serie de reflexiones sobre la relación que, de
acuerdo con la tradición de la Iglesia, debería promoverse entre la ciencia y
la fe.
Al
reunimos hoy aquí, deseo expresar una palabra especial de agradecimiento al Observatorio
Vaticano, que acoge esta conferencia en nombre de la Santa Sede y
que ha dedicado muchos meses a preparar diligentemente la conmemoración de este
acontecimiento histórico. Agradezco también la asistencia de otros
patrocinadores como la Pontificia Academia de las Ciencias, el
Pontificio Consejo para la Cultura, la Pontificia Universidad Gregoriana y la
Pontificia Academia de Teología de Cracovia. Os agradezco mucho vuestra
ayuda generosa y vuestra cooperación.
Deseo
además dar la bienvenida de un modo especial a los miembros del Colegio de
Cardenales y los miembros del Cuerpo Diplomático, Os agradezco a todos los
deseos de expresar vuestro interés y apoyo con vuestra presencia en este momento.
Unidad y verdad
2.
Una de las características de nuestro mundo es su dificultad en superar la
fragmentación en la esfera del saber y en la vida social. Incluso dentro de la
comunidad académica, persiste también con demasiada frecuencia la separación
entre saber y valores, y un cierto aislamiento entre las distintas culturas Ccientífica, humanista y religiosaChace que el diálogo común sea difícil y, a veces,
incluso imposible. Sin embargo, casi como contraposición, podemos descubrir
dentro de cada una de nuestras comunidades, especialmente durante el último
siglo, una creciente llamada a la unidad, porque la unidad es
uno de los atributos de la verdad. Alcanzar y proclamar la verdad es
nuestro objetivo común: la Academia realiza este objetivo investigando y
relacionando entre sí las leyes del orden natural, y la Iglesia lo realiza
dando testimonio, en la diversidad de sus culturas, de la unidad del Espíritu
del Dios vivo.
Diálogo y reconciliación
3.
Como nunca en toda su historia, la Iglesia ha entrado en el movimiento de la
unión de todos los cristianos, promoviendo el estudio en común, la oración y
el diálogo para que "todos sean uno" (Jn 17, 20). En los
últimos decenios hemos sido testigos en el seno de la Iglesia de una tendencia
dinámica y multiforme a promover la reconciliación y la unidad.
Un tal desarrollo tampoco nos tendría que sorprender. La comunidad
cristiana, moviéndose tan marcadamente en esta dirección, está realizando
siempre con mayor intensidad la actividad de Cristo en ella: "Porque, a
la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo" (2
Cor 5, 19). Nuestra misma naturaleza como Iglesia implica esta
constante dedicación "para reunir en uno todos los hijos de Dios que
estaban dispersos" (Jn 11, 52).
Integración entre los diversos campos del saber
4.
La búsqueda de la verdad se puede observar también en los esfuerzos realizados
por los científicos en las ciencias físicas, biológicas y sociales: esfuerzos
realizados como respuesta a la necesidad de superar la fragmentación en el
saber y alcanzar un mayor grado de integración, para así acercarse más a la
unidad de la verdad. Si tomamos como ejemplo la física contemporánea,
el intento de unificar las cuatro fuerzas físicas fundamentales Cgravedad, electromagnetismo, interacciones
nucleares fuertes y débilesCnos encontramos ante un gran éxito. En un mundo con una especialización
tan detallada como el de la física contemporánea, existe este progreso
subyacente, que conduce todo esto hacia la convergencia. La construcción de
puentes entre los diferentes campos del saber científico ha sido intentada,
sin menos éxito, por la teoría de los sistemas generales, que identifica las
estructuras isomórficas entre las ciencias físicas, biológicas e incluso
sociales, y permite de este modo un progreso de interrelación entre la
comprensión de cada una.
Progreso y colaboración
5.
Este proceso conduce a la unificación de especializaciones enormemente
divergentes. También encamina a los científicos hacia una comunidad científica
más profundamente humana, estructurada según su iniciativa común y favorecida
por los intereses comunes y el intercambio científico. La comunidad científica
descubre su más amplia unidad, cuando integra el vasto horizonte del saber
acercándose a la única verdad. Por su parte, la Iglesia experimenta su unidad
cuando confiesa la misma fe, incluso en la legítima diversidad de sus expresiones.
Ahora
bien, podemos preguntarnos si estas tendencias dinámicas hacia la unidad y la
verdad dentro de nuestras dos comunidades están o no alcanzando un punto de
intersección. )Está dispuesta la cristiandad
a establecer una colaboración más profunda con la ciencia, un intercambio más
fructífero en el que se mantenga la integridad de ambas y se promueva el
progreso de cada una? )Está dispuesta la comunidad científica a trabajar colaborando más
estrechamente con otras comunidades incluyendo la comunidad religiosa, no
tomando ninguna decisión en materia de religión, pero trabajando con la Iglesia
para construir una cultura que esté más de acuerdo con la dignidad humana?
La
neutralidad o el desinterés entre nosotros ya no es posible. Los seres humanos,
si son sanos y maduros, no viven en dos o tres mundos diferentes. No pueden
existir en muchos compartimentos herméticamente cerrados en los que persigan
intereses divergentes y desde los que evalúen y juzguen su mundo.
La teología
6.
Pero la búsqueda de la unidad entre la ciencia y la fe no sólo responde a una
necesidad subjetiva de armonía: corresponde a la estructura misma del saber,
como la Iglesia ha enseñado siempre. En la era moderna la Iglesia ha sentido
algunas veces la necesidad de prevenir contra las pretensiones de la ciencia
experimental de tener el monopolio del conocimiento objetivo.
En
la fase actual de la historia cualquier malentendido que se haya producido en
el pasado debe ser ahora superado. Los fundadores de la "Nueva
Ciencia": Copérnico, Galileo, Bacon, Kepler, Descartes, Newton y otros,
basaron el conocimiento en experimentos y expresaron los resultados de sus
experimentos en la lógica matemática. Las observaciones que no encajaron en
este modelo matemático abstracto no fueron tomadas en consideración. Se logró
un enorme progreso en el campo de la física. Sin embargo, este
progreso tuvo como consecuencia el hecho de que el aplastante modelo del
saber científico era la explicación mecanicista del universo.
Reduciendo
la ciencia a lo que puede ser medido, analizado y reconstruido en un sistema
matemático de relaciones, la filosofía y sobre todo la teología fueron expulsadas
de la esfera del saber científico.
Es
cierto que históricamente las distintas ramas del saber se emanciparon de la
teología, en la misma medida que la teología había sido un sistema universal
para explicar todo, incluso el mundo físico. Por tanto, en este sentido, nadie
niega que la adquisición del método experimental produjo un progreso tanto
para las ciencias recién emancipadas como para la misma teología, que se
sintió entonces obligada a precisar más el objeto específico de su
investigación.
Por
otra parte, no se puede negar que el renunciar a cualquier intención de
alcanzar la esencia de las cosas, y al limitarse así a la medida de cantidades,
la ciencia experimental se corta la posibilidad de conocer el ser último, la
realidad total que incluye el misterio de Dios mismo.
De hecho, la revolución científica ignoró la realidad de Dios y, en gran
parte, ha sostenido el prejuicio según el cual Dios y la realidad última
estaban más allá del conocimiento racional.
La auténtica vocación de la inteligencia humana
7.
En este momento quiero recordar que la Iglesia católica sostiene que una
reducción tal de la perspectiva del conocimiento racional y científico no
corresponde a la auténtica vocación de la inteligencia humana, ya que el hombre
es creado uno en sus distintas facultades para conocer lo
real, bien sea analítico o sintético, inductivo o deductivo, observable o
intuitivo. La Iglesia, en el Concilio Vaticano I, enseñó y continúa
defendiendo que Dios, el Creador de todas las cosas, que dirige el universo por
medio de su"Logos", puede ser conocido incluso por los
esfuerzos de la razón humana, si ésta le busca y usa la analogía del
conocimiento natural y si contempla la mutua conexión existente entre los
misterios y su relación con el fin último de la humanidad.
La
teología es un modo de conocer la misma realidad que la razón explora con la
ayuda de un método científico. La ciencia cambia sus métodos y consigue nuevos
resultados, pero su objeto sigue siendo el mismo. Sostenemos que este objeto
no debe ser manipulado ni reducido a priori a un modelo
matemático, sino que debe incluir la totalidad de lo real.
La
teología es el esfuerzo permanente de la fe hacia la auto-reflexión y la
articulación. Es "fides quaerens intellectum". Esto
implica un método que es fundamentalmente diferente del método experimental.
La teología se ocupa en primer lugar del estudio de la Palabra de Dios, como
se expresa en la alianza de la creación y en la economía de la salvación.
Sobre todo, la teología se basa en el hecho que "últimamente, en
estos días, nos habló (Dios) por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
por quien también hizo los siglos" (Heb 1, 2).
La
teología implica la continua comparación de la verdad que Dios nos ha revelado
con el saber que nos proporciona la investigación científica. La realidad es una y
la verdad es una, y sostenemos que existe una llamada intrínseca a la unidad
del saber, ya sea que ésa proceda de la ciencia experimental o de la teología.
Dios es el Creador de la naturaleza y el Revelador de su finalidad. Por
tanto, la teología es una ciencia, la ciencia de la realidad última y de la
interpretación de la totalidad del saber humano y de la experiencia desde el
punto de vista de esa Realidad última, que la razón, por sí sola, no puede
alcanzar.
La cultura
8.
En su propio esfuerzo, la teología mantiene un diálogo vivo y constante con la
cultura de su tiempo. Nuestra civilización es testigo de que desde sus inicios
ha existido siempre un intercambio fructífero entre la fe cristiana y la
cultura greco-romana. La teología no debe incorporar indiferentemente cada
nueva teoría filosófica o científica. Sin embargo, ya que estos descubrimientos
pasan a formar parte de la cultura intelectual de la época, los teólogos deben
entenderlos y probar su validez para llegar a la comprensión de posibilidades
no descubiertas hasta el momento que están implícitas en el depósito de la fe
cristiana.
No
puede haber contradicción entre los resultados obtenidos por la razón analítica
y los alcanzados por la razón iluminada y guiada por la fe. Como afirmó
el Concilio Vaticano II, "la investigación metódica en todos
los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica
y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe,
porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo
Dios" (Gaudium et spes, 36). Por su experiencia la
Iglesia sabe que la razón y la fe deber estar articuladas entre sí. La razón
sin la fe es puro positivismo o cientificismo. Sabemos que la razón es incapaz de
proporcionar respuestas a las preguntas fundamentales, a esas que realmente
necesitan una respuesta: el sentido de la vida, la finalidad de la creación,
etc. Este enfoque, cerrado en sí mismo por sus presupuestos arbitrarios, nos ha
dejado un mundo sin unidad y sin armonía.
Por
otra parte, la fe sin la razón contradice la unidad de la creación de Dios,
porque dios nos dio una capacidad de conocer que debe ser
ejercitada como un asenso a los resultados de la investigación de la
naturaleza o como un asenso a la Palabra de Dios. La razón iluminada por la fe
no reduce el campo del saber racional a un estrecho concepto de naturaleza. En
la enseñanza de los doctores de la Iglesia, la naturaleza incluye lo visible,
lo mensurable, pero no está nunca aislada del misterio. Incluye Dios y su plan
de salvación. Incluye el "Logos" eterno de Dios por
el que todos los seres fueron creados y que se reveló al hacerse uno de
nosotros en Jesucristo.
En
Cristo descubrimos que "esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
único Dios verdadero" (Jn 17, 3). Sí, el objeto último
del saber es conocer a Dios, y la experiencia de amor es la forma más
alta de conocimiento que no niega sino que lleva a la perfección lo imperfecto
o parcial que alcanza el conocimiento analítico. Por esto la fe y la ciencia
están intrínsecamente ordenadas hacia el mismo objeto: la verdad última que es
Dios. El hombre ha recibido de Dios su Creador la capacidad tanto de conocer
como de creer.
Al
recordar la obra maestra de Newton, damos gracias a Dios porque el progreso de
la ciencia ha hecho posible en nuestro tiempo la superación de barreras
artificialmente construidas entre la fe y el saber racional. Estamos
convencidos de que al darnos cuenta de nuestra unidad como personas, podremos
profundizar aún más en la conexión interna entre la ciencia de origen divino y
fin de todas las cosas y la ciencia de sus funciones e interacciones mutuas,
siendo esta última la ciencia que investiga racionalmente la creación que
"ansiosa... está esperando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8,
19).
Que
el Señor bendiga vuestros presentes y futuros estudios, y que su Espíritu os
guíe en vuestra difícil pero indispensable misión.
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