27 sept 2013

JENOFANES, EL PRECURSOR DE LA CIENCIA FICCIÓN


ASÍ como no hay periodistas imparciales, tampoco hay historiadores que sean totalmente objetivos. Siempre cometen pequeñas o grandes injusticias con los personajes históricos destacan a aquellos que les resultan simpáticos y callan a otros, porque no comparten sus ideas religiosas o políticas. Así, por ejemplo, los historiadores cristianos consideran a Sócrates, Platón y Aristóteles como los más grandes filósofos griegos, mientras que el Diccionario de Filosofía publicado por la Academia de Ciencias de la Unión Soviética dice de ellos: 

“Sócrates, Platón y Aristóteles fueron representantes de la aristocracia esclavista griega. Se opusieron permanentemente a los movimientos populares y a la democracia, por lo que Sócrates fue ejecutado. Aristóteles fue perseguido por colaborar con el imperialismo macedónico. Como filósofos, ninguno de ellos les llegaba al talón a Heráclito ni a Demócrito. Han sido mañosamente exaltados por los historiadores burgueses”.

Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que con Jenófanes se ha cometido una tremenda injusticia al recordarlo por su pensamiento más insignificante, por su teoría acerca del origen del universo Dijo que “todas las cosas fueron hechas de agua y tierra”, opinión que algunos pretenden emparentar con aquellos versículos del Génesis que dicen: “Y he aquí que Lot dijo a su mujer, que era pequeña: Cuando Dios creó el mundo, hizo a los hombres de barro, mas, para hacerte a ti, tuvo que raspar el tarro”.

El verdadero mérito de Jenófanes no está en esa teoría, sino en su calidad de precursor de la fantaciencia, pues, aunque no escribió ninguna novela, esbozó algunos argumentos que podrían desarrollarse fácilmente. He aquí un botón de muestra: Los hombres creen que los dioses están hechos a imagen y semejanza de ellos.

Pero si los caballos, bueyes y leones tuvieran manos y produjeran obras de arte, los caballos pintarían a los dioses como caballos, los bueyes como bueyes y los leones esculpirían estatuas de los dioses hechos a imagen y semejanza de los leones”. Si Jenófanes hubiera escrito para el público de hoy, habría presentado ese mismo asunto en forma de novela, cuyo argumento sería el siguiente: En un planeta idéntico a la Tierra no es el hombre el animal de inteligencia más desarrollada, sino el caballo, invirtiéndose los papeles. El hombre, animal subdesarrollado y doméstico, arrastra los arados y las carretas hechas por el Rey de la Creación, el equino sapiens. 

El caballo ha creado en ese planeta civilizaciones y culturas, filosofías y religiones. Las filosofías equinas afirman que “el caballo es un animal racional”, y las religiones sostienen que el caballo tiene un alma inmortal y que está hecho a imagen y semejanza del Equino Todopoderoso.

En la sociedad equina hay desigualdad, injusticia, discriminación racial y lucha de clases. Los percherones —mercenarios a sueldo de los fina sangre— impiden entrar a las universidades a los caballos ordinarios, mientras los potros revolucionarios organizan manifestaciones y repiten con tono solemne los pensamientos de uno de los más grandes teóricos que ha producido la raza equina.

A todo esto, los hombres retozan desnudos por los campos, saboreando los ricos pastos y espantándose a manotazos las moscas y los tábanos, ajenos por completo a los grandes problemas que agitan el mundo. He ahí el verdadero legado de Jenófanes, el filósofo que los historiadores olvidan o que recuerdan por su teoría de la tierra y del agua, que sólo contribuye a embarrar su memoria.


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