ASÍ como no hay periodistas imparciales,
tampoco hay historiadores que sean totalmente objetivos. Siempre
cometen pequeñas o grandes injusticias con los personajes históricos destacan a aquellos que les resultan
simpáticos y callan a otros, porque no comparten sus
ideas religiosas o políticas. Así, por ejemplo, los historiadores cristianos consideran a Sócrates, Platón y Aristóteles como los más grandes filósofos griegos, mientras que el Diccionario de Filosofía publicado por la Academia de Ciencias de la Unión Soviética dice de ellos:
“Sócrates, Platón y Aristóteles fueron
representantes de la aristocracia esclavista griega. Se
opusieron permanentemente a los movimientos populares y a la democracia, por lo
que Sócrates fue ejecutado. Aristóteles fue perseguido por colaborar con el imperialismo macedónico.
Como filósofos, ninguno de ellos les llegaba al talón a Heráclito ni a
Demócrito. Han sido mañosamente exaltados por los historiadores burgueses”.
Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que con
Jenófanes se ha cometido una tremenda injusticia al recordarlo por su
pensamiento más insignificante, por su teoría acerca del origen del universo
Dijo que “todas las cosas fueron hechas de agua y tierra”, opinión que algunos
pretenden emparentar con aquellos versículos del Génesis que dicen: “Y he aquí que Lot dijo a su mujer, que era
pequeña: Cuando Dios creó el mundo, hizo a los hombres de barro, mas, para
hacerte a ti, tuvo que raspar el tarro”.
El verdadero mérito de Jenófanes no está en
esa teoría, sino en su calidad de precursor de la fantaciencia, pues, aunque no
escribió ninguna novela, esbozó algunos argumentos que podrían desarrollarse
fácilmente. He aquí un botón de muestra: Los hombres creen que los dioses están hechos
a imagen y semejanza de ellos.
Pero si los caballos, bueyes y leones tuvieran manos y produjeran obras de arte, los caballos pintarían a los dioses como caballos, los bueyes como
bueyes y los leones esculpirían estatuas de los dioses hechos a imagen y
semejanza de los leones”. Si Jenófanes hubiera escrito para el público
de hoy, habría presentado ese mismo asunto en forma de novela, cuyo argumento
sería el siguiente: En un planeta idéntico a la Tierra no es el hombre el
animal de inteligencia más desarrollada, sino el caballo, invirtiéndose los
papeles. El hombre, animal subdesarrollado y doméstico, arrastra los arados y
las carretas hechas por el Rey de la Creación, el equino sapiens.
El caballo ha creado en ese planeta civilizaciones
y culturas, filosofías y religiones. Las filosofías equinas afirman que “el
caballo es un animal racional”, y las religiones sostienen que el caballo tiene
un alma inmortal y que está hecho a imagen y semejanza del Equino Todopoderoso.
En la sociedad equina hay desigualdad,
injusticia, discriminación racial y lucha de clases. Los percherones
—mercenarios a sueldo de los fina sangre— impiden entrar a las universidades a
los caballos ordinarios, mientras los potros revolucionarios organizan manifestaciones
y repiten con tono solemne los pensamientos de uno de los más grandes teóricos
que ha producido la raza equina.
A todo esto, los hombres retozan desnudos por
los campos, saboreando los ricos pastos y espantándose a manotazos las moscas y
los tábanos, ajenos por completo a los grandes problemas que agitan el mundo. He ahí el verdadero legado de Jenófanes, el filósofo que los
historiadores olvidan o que recuerdan por su teoría de la tierra y del agua,
que sólo contribuye a embarrar su memoria.
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