Un día un niño preguntó a su
madre de dónde venía él. Su madre, contenta de poder discutir sobre un
asunto tan importante con su hijo, empezó presentando una elemental
explicación de la biología humana, haciendo incluso varias referencias a la
teoría de la evolución. Para que su análisis no quedase confinado a la
esfera de lo puramente físico, habló del rol de Dios en la creación de
todas las almas humanas y, al final, de Dios como origen de todas las
cosas. Después que su madre terminó, el niño, pareciendo un poco confuso, le
dijo se había preguntado esto porque su amigo de al lado le había dicho que
él venía de Argentina.
Es fácil equivocarse sobre
los diferentes tipos de origen. La falla de mantener semejantes tipos de
origen distintos ha guiado a una confusión considerable en el discurso en
torno a las implicaciones teológicas de la cosmología contemporánea. Hay
historias sobre los orígenes en el centro de cada cultura y, en cosmología
y filosofía, los análisis sobre los orígenes proporcionan importantes
comprensiones de la relación entre ciencia y religión.
Al día de hoy, no hay
prácticamente ninguna duda entre los científicos de que vivimos en la
secuela, o más bien en el medio, de una explosión gigante que empezó hace
quince billones de años. La mayoría de los cosmólogos se refieren al Big
Bang como a una “singularidad”, es decir, un último límite o borde, un
“estado de infinita densidad” donde el espacio-tiempo ha cesado. Así, esto
representa un extremo limite de lo que podemos conocer sobre el universo,
puesto que no es posible especular, al menos en las ciencias naturales,
sobre las condiciones antes de o más allá de las categorías de espacio y
tiempo.
Sin embargo, en las dos
últimas décadas algunos cosmólogos han propuesto teorías que explican el
Big Bang mismo como una fluctuación de un vacío primordial. Tal y como las
partículas subatómicas parecen emerger espontáneamente en los vacíos en los
laboratorios, como resultado de lo que se llama quantum tunneling from
nothing (fluctuación cuántica a partir de la nada), así el universo
entero podría ser el resultado de un proceso similar. Otros cosmólogos,
como Stephen Hawking, sostiene que la noción de una “singularidad” inicial
tiene que ser rechazada. El universo, según Hawking, no tiene un confín;
“es algo completamente autocontrolado y no afectado por nada fuera de él
mismo”. Piensa que la única manera de obtener una teoría científica es si
“las leyes de la física valen en todas partes, incluso al inicio del
universo”. Para Hawking, la teoría cuántica contemporánea nos lleva a
rechazar la propia noción de un asunto como el inicio del universo.
Estas recientes variaciones
en la cosmología del Big Bang han conducido algunos a preguntarse si
estamos al borde de una explicación científica del propio origen del
universo. La contención de las nuevas teorías es que las leyes de la física
no son suficientes para justificar el origen y existencia del universo. Si
esto es cierto, entonces, en un sentido, vivimos en un universo que se crea
a sí mismo y que ha brotado a la existencia espontáneamente a partir de una
nada cósmica. O, en el análisis de Hawking, dado que la cuestión de un
inicio del universo pierde todo significado, un creador no tiene papel
alguno. Como observa Quenti Smith, un filósofo de la ciencia, si la
cosmología del Big Bang es verdadera, “nuestro universo existe sin una
explicación... Existe innecesariamente, improbablemente e infundadamente.
Existe absolutamente por ninguna razón”.
En un universo de tal manera
independiente, entendido completamente en términos de leyes de la física,
parecería que no hay sitio para el Dios de la revelación de los judíos, de
los cristianos y de los musulmanes. La tradicional doctrina teológica de la
creación parece obsoleta contra los adelantos de la ciencia moderna. ¿Es
que la noción de un creador representa un artefacto intelectual de una edad
menos ilustrada? Quizás el Dios de la teología tradicional no es más que
una hipótesis, que se presenta ahora como innecesaria.
Muy a menudo, los debates
contemporáneos sobre la relación entre ciencia y religión sufren de un
desconocimiento de la historia y, respecto a las teorías sobre el origen
del universo, de una ignorancia sobre los sofisticados análisis de las
ciencias naturales y de la creación que tuvieron lugar en la Edad Media. En
el siglo trece, como resultado de las traducciones al Latín de las obras de
Aristóteles y de sus comentadores musulmanes, doctos del calibre de Alberto
Magno y de Tomás de Aquino lucharon contra las implicaciones para la
teología cristiana de la ciencia más avanzada de aquel tiempo. Siguiendo la
tradición de los pensadores musulmanes y judíos, Tomás de Aquino desarrolló
un análisis de la doctrina de la creación de la nada que permanece como uno
de los logros perdurables de la cultura occidental. Su análisis proporciona
una claridad refrescante también para un debate, frecuentemente confuso,
sobre la relación entre ciencia y religión.
A muchos contemporáneos de
Tomás les pareció que había una incompatibilidad fundamental entre la
afirmación de los físicos antiguos que nada viene de la nada y la
afirmación de la fe cristiana de que Dios produjo todo de la nada. Además,
para los griegos antiguos, puesto que algo tiene que venir de algo, algo
tiene que existir siempre - el universo tiene que ser eterno.
Recientes especulaciones
cosmológicas sobre el origen del universo en términos de la fluctuación
cuántica a partir de la nada, reafirman el antiguo principio griego de que
no se puede obtener algo desde nada. Dado que el “vacío” de los físicos de
la moderna partícula, de cuya “fluctuación” algunos consideran como si
diese la existencia a nuestro universo, no es la nada absoluta. No es nada
parecido a nuestro presente universo, pero aún es algo. ¿De qué otro modo
podría fluctuar?
Un universo eterno pareció
ser incompatible con un universo creado de la nada, así que algunos
cristianos medievales pensaban que la ciencia griega, especialmente en la
persona de Aristóteles, tenía que ser prohibida, pues contradecía las
verdades de la revelación. Tomás, reconociendo que las verdades de la
ciencias y las verdades de la fe no se podían contradecir las unas a las
otras, ya que Dios es el autor de toda la verdad, empezó a trabajar para
reconciliar las verdades de la ciencia aristotélica y de la revelación
cristiana.
La clave para el análisis de
Tomás de Aquino es la distinción que establece entre creación y
transformación. Las ciencias naturales, tanto aristotélicas como
contemporáneas, tienen como sujeto el mundo de las cosa mudables: desde las
partículas subatómicas hasta las bellotas y hasta las galaxias. Cada vez
que hay una transformación tiene que haber también algo que cambia. Los
antiguos tenían razón: de la nada, nada viene; esto es, si el verbo “venir”
significa una transformación. Todo cambio exige alguna realidad material
subyacente.
La creación, por otro lado,
es la causa radical de toda la realidad de lo que existe. Causar
completamente que algo exista no es producir en algo una transformación:
crear, de esta manera, no es trabajar en algo o con algo material ya existente.
Si hubiera algo anterior ya utilizado en el acto de producir una nueva
cosa, entonces el agente productor no sería la completa causa de la
nueva cosa. Pero tal completo causar es precisamente lo que es el acto de
la creación. De este modo, crear es dar existencia y todas las cosas
dependen de Dios por el hecho de que existen. Dios no toma la nada y hace
algo a partir de “ella”. Más bien, cualquier cosa dejada totalmente a sí
misma, separada de la causa de su existencia, no sería absolutamente nada.
La creación no es exclusivamente algún evento distante; es la continua,
completa causa de la existencia de todo lo que existe. Así que la creación
es objeto de la metafísica y la teología, no para las ciencias naturales.
Tomás no vio contradicción
alguna en la noción de un universo creado eterno, porque aún si el universo
no hubiera tenido un inicio temporal, dependería de Dios para su propia
existencia. No hay conflicto entre la doctrina de la creación y cualquier
teoría física. Las teorías de las ciencias naturales explican el cambio.
Tanto si estos cambios son biológicos como si son cosmológicos, tanto si
son incesantes como finitos, son siempre procesos. La creación explica la
existencia de las cosas, no los cambios en las cosas.
Tomás no pensaba que el
comienzo del Génesis presentara dificultades para las ciencias naturales,
dado que la Biblia no es un libro de texto de ciencias. Según Tomás, para
la fe cristiana, lo esencial es el “hecho de la creación” no la manera o el
modo de la formación del mundo. La firme adhesión de Tomás a la verdad de
la Sagrada Escritura sin caer en la trampa de lo que llamamos una lectura
basada sobre la significación estrictamente literal de las palabras, ofrece
una valiosa corrección de algunas exégesis contemporáneas de la Biblia que
sacan la conclusión de que hay que elegir entre la interpretación literal
de la Biblia y la ciencia moderna. Para Tomás, el sentido literal de la
Biblia es lo que Dios, su autor, pretende que las palabras signifiquen. El
sentido literal del texto incluye metáforas, símiles y otros modos de
hablar útiles para adecuar la verdad de la Biblia a la comprensión de sus
lectores. Por ejemplo, cuando leemos en la Biblia que Dios extendió la
mano, no tenemos que pensar que Dios tiene una mano. El sentido literal de
estos pasajes se refiere al poder de Dios, no a Su anatomía. Tampoco
tenemos que pensar que los seis días al inicio del Génesis se refieren a al
acción de Dios en el tiempo, porque el acto creador de Dios es instantáneo.
Adhiriéndose a la lectura
tradicional del libro del Génesis y a la proclamación doctrinal del Cuarto
Concilio de Letrán (1215), Tomás creía que el universo había tenido un
inicio temporal y juzgaba que Aristóteles se equivocaba al pensar que lo
era.
Pero Tomás sostenía que, en
base a la sola razón, no se podía saber si el universo es eterno. Además,
si el universo fuera eterno, continuaría siendo un universo creado.
Afirmar, con base en la fe, que el universo tiene un inicio temporal no
comporta contradicción alguna con lo que las ciencias naturales pueden
declarar, puesto que, por lo que a ellas toca, dejan esta cuestión sin
resolver. La negación de Hawking de un inicio absoluto en el tiempo,
mientras afirma también un pasado finito, implica una complicada
especulación sobre la gravedad cuántica, la cual no queda completamente
formulada. A pesar de la inteligibilidad de las afirmaciones científicas de
Hawking, las conclusiones que él y otros obtienen de ellas son falsas.
El Big Bang descrito por los cosmólogos modernos no es la creación. Las
ciencias naturales no proporcionan por sí mismas una explicación acerca del
origen último de todas las cosas. Los defensores de la doctrina cristiana
de la creación no deberían pensar que la inicial “singularidad” de la
cosmología tradicional del Big Bang ofrece una confirmación de sus
perspectivas. Tampoco los que rechazan la doctrina de la creación deberían
pensar que la recientes variaciones en la cosmología del Big Bang sostienen
su perspectiva. Aún si el universo fuera el resultado de la fluctuación de
un vacío primordial, no es un universo que se crea desde sí mismo. La
necesidad de explicar la existencia de las cosas no desaparece si negamos,
como algunos, que haya una singularidad inicial que debe ser explicada.
Contra la afirmación de que el universo descrito por la cosmología
contemporánea no deja nada que hacer a un creador, si no hubiera un creador
como causa de todo, ¡no habría nada hecho!
Tomás de Aquino no tendría dificultades en aceptar la cosmología del Big
Bang, incluyendo sus reciente variaciones, y al mismo tiempo afirmar la
doctrina de la creación de la nada. Por supuesto, él haría una distinción
entre los adelantos de la cosmología y las reflexiones filosóficas y
teológicas sobre esos adelantos.
Las variaciones en la cosmología del Big Bang, que he mencionado, son
solamente especulaciones teoréticas y probablemente pueden cambiar. Sin
embargo, especular no justifica el error al hacer distinciones entre los
dominios de las ciencias naturales, de la metafísica y de la teología.
Tampoco justifica imaginarias conclusiones filosóficas y teológicas sobre
un universo sin causa. Tomás de Aquino no tenía la ventaja de un Telescopio
Espacial “Hubble”, pero, en muchos aspectos, él puede ver más lejos y más
claramente que aquellos que lo tienen.
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