SE CUENTA del
rabino Bunam de Przysucha, uno de los últimos grandes maestros del jasidismo,
que habló así una vez a sus discípulos: “Pensaba escribir un libro cuyo título sería
Adán, que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y
decidí no escribirlo.”
En estas
palabras, de timbre tan ingenuo, de un verdadero sabio, se expresa —aunque su verdadera
intención se endereza a algo distinto— toda la historia de la meditación del hombre
sobre el hombre. Sabe éste, desde los primeros tiempos, que él es el objeto más
digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar este objeto como
un todo, a investigar su ser y sentido auténticos. A veces inicia la tarea,
pero pronto se ve sobrecogido y exhausto por toda la problemática de esta
ocupación con su propia índole y vuelve atrás con una tácita
resignación, ya sea para estudiar todas las cosas del cielo y de la tierra
menos a sí mismo, ya sea para considerar al hombre como dividido en secciones a
cada una de las cua1es podrá atender en forma menos problemática, menos
exigente y menos comprometedora.
El filósofo
Malebranche, el más destacado entre los continuadores franceses de las investigaciones
cartesianas, escribe en el prólogo a su obra capital De la recherche de la vérité (1674): Entre: todas las
ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo, no es tal
ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más
desarrollada. La mayoría de los hombres la descuidan por completo y aun entre
aquellos que se dan a las ciencias muy pocos hay que se dediquen a ella, y
menos todavía quienes la cultiven con éxito. Él mismo plantea en su libro
cuestiones tan antropológicas como en qué medida la vida de los nervios que
llegan a los pulmones, al corazón, al estómago, al hígado, participa en el
nacimiento de los errores; pero tampoco ha sido capaz de fundar una teoría de
la esencia del hombre.
Kant ha sido
quien con mayor agudeza ha señalado la tarea propia de una antropología filosófica.
En el Manual que contiene sus cursos de lógica, que no fue editado por él mismo
ni reproduce literalmente los apuntes que le sirvieron de base, pero que sí
aprobó expresamente, distingue una filosofía en el sentido académico y un
filosofía en el sentido cósmico (in sensu cosmico). Caracteriza a ésta como la
“ciencia de los fines últimos de la razón humana”, o como la “ciencia de las
máximas supremas del uso de nuestra razón”. Según él, se puede delimitar el campo
de esta filosofía en sentido universal mediante estas cuatro preguntas: “1.—¿
Qué puedo saber.? 2.—¿Qué debo hacer? 3.—¿Qué me cabe esperar? 4.—¿Qué es el
hombre? A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a
la tercera la religión y a la cuarta la antropología. MARTIN BUBER
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